Macerar
“Beneficiándose de la visión de la luz y el conocimiento de la desnudez oculta, la poesía debe arrastrar las causas ocultas aún más hacia la desnudez limpia de la luz”. Semejante aserto de Dylan Thomas viene a explicar la magia, el encanto y los perfiles desgarradores de las prosas poéticas que conforman Macerar. En el libro se advierte un sesgo distintivo que lo vincula a la más honda, plena y desesperada confesión, a un exorcismo a causa de un desarraigo, donde el espíritu, el alma se desnuda con la calma que puede dar el tiempo transcurrido, que llega a convertirse en imán para comprender.
La evocación llega a constituirse en tono y atmósfera de este poemario. Hay una introspección, un reconstruir de una vida por la memoria y las vías que sorteó un alma viva e inteligente. Percibimos un tono evocativo que va disponiéndolo todo con serenidad que a veces es amargura. Esta es una confesión quemante, dolorosa, pero nunca obvia, que puede llegar a sostener el tono, la forma del diario, y que muestra un insoslayable instinto telúrico, un fuerte apego a la tierra. Junto al canto de una naturaleza diferente está un llamado telúrico, un testimonio telúrico sobre el que se labró esa vida, que pugna con la misma intensidad que dicho canto, donde se nos revela el carácter efímero, irruptivo y trascendente de la existencia.
Un tibio tono y ambiente evocativo marcan las maneras de este libro que abre y cierra sus puertas con la confesión y refugia sus conflictos y fracasos —testigos del sacrificio propio y el sacrificio familiar— con dinámica voluntad en el ritmo indetenible del sol. La conciencia va del desapego a la afirmación dolorosa de lo propio, de la visión negadora del otro al fruto hermoso que toda alma quiere entregar, moldeada por el pábilo encendido, y por momentos humeantes de la memoria. Pues una íntima ternura se trasluce en todo este bregar entre familia y recuerdo. Recuerdo que puede convertirse en crónica, una peculiar crónica entibiada por el recuerdo. Caridad Atencio