Relatos recobrados
Nunca mates a nadie, siempre hay dos ojos que te ven; Martín; Katrin y María
Manuscritos, cartas y fotos acompañaban a Elena Garro en cada mudanza y viaje largo, metidos en un baúl. Una vez, cuenta la escritora, olvidó su equipaje con Los recuerdos del porvenir dentro en un hotel en Nueva York. Su hermana Estrella, sin saber de este descuido, pero conociendo los hábitos de Elena, acudió al lugar para preguntar si había dejado alguna pertenencia tras de sí. Dos años después, viajó con el baúl a Francia y se lo entregó. Así se salvó, por segunda vez, el manuscrito.
La primera ocasión fue años antes, en el departamento en la calle de Nuevo León en el Distrito Federal donde vivía la escritora, que en aquel entonces tenía unos cuarenta años. Ese día, quemaba viejos papeles en la estufa. Recibos, cartas, notas, iban al fuego sin reparo. Estaba cansada de cargar con tanto de un lugar a otro. Pirómana desde niña, sin duda el espectáculo le causaba cierto deleite. La imagino aquella tarde con un vestido de cashmere aperlado de cuello redondo, las mangas holgadas cayendo con suavidad a su costado, el angosto vuelo de la falda esperando su siguiente movimiento. Este consistió en agacharse para revolver uno de sus baúles. Ahí se encontraba su manuscrito.