Los imaginarios urbanos y el discurso de los actores sociales
La más alta expresión material de la civilización humana son las ciudades, pero éstas no solamente existen como los artefactos del mundo físico que usamos para resguardarnos. En nuestros sueños también habitamos en ciudades que, lejos de nuestra casa y de sus familiares formas, nos muestran paisajes insólitos por los que nos desplazamos como aquí. Las ciudades también son la materia de algunas de nuestras más altas creaciones artísticas; la ciudad existe además como parte de nuestras redes de comunicación.
La ciudad es un objeto de tantas dimensiones porque en sí misma reposa en cada mirada y está inmiscuida en cada palabra; hay una suerte de totalidad en lo civilizado que parece ser el reflejo del universo, ese conjetural objeto de dimensiones y duración infinitas que se despliega en cada paso que damos como humanidad mientras avanzamos en nuestra conquista pretendiendo abarcarlo todo. Prácticamente la totalidad de cuanto pensamos procede de un acto de humanización que se relaciona con una pulsión muy profunda de crear una imagen del universo en lo que hacemos; construimos las ciudades como el reflejo del cosmos que, al abarcar cada aspecto, cada experiencia, cada momento y razón de nuestra existencia, para la mayoría de los seres humanos pueden llegar a convertirse en una perspectiva vital total. Inexorablemente la humanidad parece dirigirse a una final reunión donde todos seremos habitantes urbanos viviendo en el ámbito de una artificialidad que rivalizara con la naturaleza al avanzar sobre ella, que se ha convertido para muchos en el escenario de todas sus expe- riencias: hay vidas que jamás abandonan a la ciudad.