La perniciosa seducción de la inclusión
Otra mirada crítica a la vida escolar
Este texto realiza un análisis de las relaciones de poder a partir del estudio etnográfico de los hechos que discurren en la escolarización de niñeces con discapacidad, es una reflexión anclada en contundentes argumentos de orden teórico que sostiene una ruptura frente a muchas visiones en uso: todas las que romantizan las instituciones educativas.
Las escuelas no son sitios en los que reine la armonía. Rigoberto Martínez Escárcega y Alejandra Torres León asumen sin ambages que los centros educativos son espacios conflictivos porque están atravesados por relaciones de poder desde las que se produce la sujeción, misma que se concreta a través de la persuasión, la subordinación, la coacción y la violencia.
En el proceso de escolarización existen múltiples recursos para el disciplinamiento de mentes, almas y cuerpos. La delimitación cartesiana del espacio, el control del tiempo, el establecimiento de horarios, la legitimación de lo enseñable, lo que se debe aprender, cómo se tiene qué aprender, lo permitido y lo permisible obedecen a una lógica autoritaria de la que los sujetos de la escolarización no pueden sustraerse so pena de ser catalogados como enfermos. La escuela tiránica es el territorio de la prohibición, es un sitio especializado en “la mortificación de la existencia”, es por esto que el disfrute del cuerpo, el juego, la risa, el diálogo, los sueños, la imaginación y el pensamiento, al interior del centro escolar permanecen bajo estricta vigilancia.
El poder dentro de la institución escolar es asimétrico, todo sistema opresivo es jerárquico. El soberano segrega, excluye, discrimina, margina y establece pautas para la construcción de una maquinaria cuyos engranajes funcionan sincrónicamente para mantener el sometimiento. En la transmisión del control social todas las piezas desempeñan una tarea esencial para el juego general de fuerzas.
Toda relación de poder incluye tanto a la violencia estructural propia de los modelos de exclusión social como a los elementos subjetivos, las relaciones de poder se articulan en torno factores objetivos e ideológicos. La institución escolar es una agencia productora de subjetividades que fetichiza la opresión, los disfraces invisibilizan las violencias y contribuyen a que los oprimidos acepten la propia dominación; toda acción pedagógica es un acto de violencia, pero justifica en la búsqueda del bienestar de los sujetados.
La escuela es intersticio de confluencia para múltiples violencias, pero en ella existen grietas por las que a pesar de todo se asoma lo humano. Por fuera de la vigilancia panóptica se estructuran socialidades que desmontan la arbitrariedad y que construyen encuentros solidarios; pensada en la lógica de la humanización “la escuela es también un espacio para aprender a disentir, para solidarizarse con los iguales y para cuestionar el estado actual de cosas”.
La escuela, a pesar de todo y siguiendo la línea argumentativa de los autores de este excelente libro, sigue siendo lugar para la esperanza.