Albores del cine mexicano
Fueron tiempos de privilegio. Todo se hacía por primera vez y siempre era algo maravilloso, mágico. Un país se veía, nervioso y divertido, retratado e inventado por el cine. Quienes lo vivieron recordarían durante muchos años cuando los zapatistas llegaron a la ciudad de México y, al entrar a las mansiones abandonadas por los porfiristas, se entregaron durante horas al espectáculo insólito de verse en los enormes espejos de los salones, por primera vez de cuerpo entero, junto a sus compañeros. Esa fascinación ya la habían sentido los primeros espectadores que, desde agosto de 1896, vieron las vistas que traían de Francia Gabriel Veyre y Claude Ferdinand Bon Bernard, las que después filmaron aquí, las que aprendieron a captar los primeros cineastas mexicanos.