Palabras en caída libre
Comencé a escribir desde la preadolescencia, durante los
veranos que pasaba en Ensenada, Baja California, con mi tío
Luis Aldaco, que era veterinario. Desde el segundo piso del
pequeño departamento donde vivía, me entretenía
observando lo que ocurría en la calle: si veía a un muchacho
en bicicleta, una mujer apurada por alcanzar el camión, unos
hombres de negocios charlando con complicidad, o incluso
si veía un accidente, todo lo anotaba como si llevara una
bitácora secreta del mundo.
También escribía, o mejor dicho, transcribía, las
conversaciones y dudas de los clientes en la veterinaria de mi
tío. Lo hacía desde una vieja computadora que estaba bajo el
mostrador. Ese lugar me daba la privacidad de escuchar sin
ser visto y, al mismo tiempo, me permitía oírlo todo. Muchas
veces lo que decían los clientes giraba en torno a temas
caninos o felinos como: "Y si el perro se queda calvo por
tal medicamento?",¿Qué costo tiene la vasectomía para mi
perrito?,¿Cómo es el proceso de castración de mi. Mi tío, al leer las conversaciones que capturaba,
simplemente se echaba a reír. Sabía que era un niño con
mucha curiosidad y sensible al oído.