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ISBN 978-607-7891-69-7

Migrando a Santiago

Autor:Arnau Ávila, Luis Jorge
Editorial:Editorial Paralelo 21
Materia:Relatos de viajes
Público objetivo:General
Publicado:2025-10-20
Número de edición:1
Número de páginas:189
Tamaño:21x18cm.
Precio:$290
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

MIGRANDO

Empiezo por el final. Es fundamental sonreír, como principio rector de la vida; afrontar con entusiasmo aún los descensos y las grietas, las heridas y las tormentas, porque la muerte ronda y vivir con la luz apagada o a la espera del telón final es una respuesta muy triste. Inicio las letras de este texto con una conclusión sobre mis propios andares: todo puede ser tan amargo y tan sinsentido que nos conviene comprometernos con una mirada alternativa, sujetos a una de las mayores bendiciones de Dios: la sonrisa.
Narro aquí una mínima epopeya personal, no superior ni inferior a otras, sino como resultado de hacer una pausa vital que, agradecidamente, ha influido en mi respirar presente y me permitió recorrer parte del paraíso en la tierra, ese que a ratos no queremos ver. Cada uno es dueño solamente de su vida —a veces, ni eso—, mientras dure podemos elegir cómo encarar lo que llega, cómo cargarlo, cómo crearlo, cómo sufrirlo y, sobre todo, cómo disfrutar ese trozo de eternidad que por un rato se nos concede. Para algunas personas, este trayecto de subidas y piedras y charcos y oscuridades puede ser un llamado del Creador; para otros, en cambio, se convierte en un castigo celestial; yo pude vivirlo como una confrontación, con altibajos, sin cargar conversiones ni proyectarme en epifanías o revelaciones, compartiendo espacios con un Dios jacarandoso que no busca tomarse en serio y adorna mi diario destino con preguntas pero también con amaneceres, con retos y gorriones, con nostalgias y nidos de cigüeña, así que el andar fue convirtiéndose, lentamente, en un coqueteo con la existencia, un espacio de disfrute, un aplauso para el sistema solar, sin dejar a un lado momentos incómodos para enfrentar cuestionamientos como compromiso, como superación de adversidades, como solicitudes internas de perdón, como algunas resignaciones. También un concepto fundamental: aprender a reírse de uno mismo, en este caso yo de mí, por lo que he hecho mal y por los tropezones, por los planes excesivamente detallados que terminaron en el basurero, por tantas excusas inventadas que podrían llenar una de esas enormes guías telefónicas de antes que hoy apenas ocupan un par de chips, por los desarreglos que he presentado en mis andares, por la vanidad maquillada para no reconocer lo evidente. Reír como requisito para caminar y descansar, dormir y comer, aprender y equivocarme, despertar y bostezar, reír porque es un pecado capital merecedor de prisión perpetua el guardar risas para otros momentos, que tal vez no llegarán nunca. Eso también debe venir conmigo, como infaltable en mi equipaje
Esa fuerza mágica o universal que algunos llamamos Dios, por su parte, buscó acompañarme a lo largo del Camino con una sonrisa y sin estorbar ni pasarme demasiadas facturas por deudas que a ratos me parecen eternas. No vine cargándolo ni con intenciones de flagelar mis horas de soledad, Él decidió respetar mis agonías, pero sin dejar de invitarme con sorpresas a la reconciliación, un proceso individual esencial si busco considerar otros reencuentros con mi pareja, mis hijos, mi familia, mis amigos y tantas otras reconciliaciones posibles.
Mi conclusión es que esta experiencia no te cambia la vida, pero es una gran herramienta, sabiendo que esos cambios son asunto mío, ya sea trepado a los montes gallegos o detrás del ordenador en el que escribo esta historia. No hay más milagro que el construido en mi propia vida, gracias a la disposición a sorprenderme con la riqueza de este planeta —y otros vecinos, a los que no he ido, todavía— y la presencia de un poder superior que responde a mil nombres con tolerancia y omnipresencia, con religión o sin ella, con ritos o simples charlas. En esta ocasión, al menos, Dios no se quedó en los templos, se vistió de luz y vino conmigo sin pretender otra cosa que acompañarme, constituido en un curioso testigo de mis desavenencias y mis aciertos. Gracias a eso, juntos terminamos el Camino de Santiago. Esta es mi reseña.

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