Existencia y sentido en Marcel, Sartre y Arendt
Por el solo hecho de existir, cada uno sabe qué es. Pero de eso no se sigue que esté en posesión de una respuesta satisfactoria acerca de aquello que define su ser. A tal desconocimiento se suma la ignorancia acerca del origen y del propósito último de la presencia del hombre en el mundo.
Cada uno es, para sí mismo, lo más cercano y el mayor de los enigmas. En tal sentido, como afirma García-Baró, “todo intento de volver más liviana la experiencia de mi peso sobre lo real fracasa inmediatamente porque supone este peso mismo, esta absoluta gravedad”. Participar de la condición humana es “estar existiendo como ser enigmático, como problema abierto y candente”.
Si es que nuestra vida no ha de agotarse en el ciclo natural que abarca del nacimiento a la muerte, se impone la necesidad de comprender el enigma que somos. Ninguna investigación, filosófica o científica, es tan relevante como aquella que tiene por objeto desentrañar el sentido de la existencia. Desconocer el significado de aquello que aparece en el seno del mundo hace al individuo ignorante. Pero dicha ignorancia no conduce al sinsentido ni a la infelicidad. Por el contrario, quien se desconoce a sí mismo, más que vivir impulsado por un propósito, subsiste.
Pese a su importancia, el conocimiento que el ser humano posee acerca de sí mismo es sumamente limitado. A lo largo de sus vidas, la mayoría de los individuos ni siquiera caen en la cuenta de que no tienen una respuesta suficiente a la pregunta ¿quién es el hombre? Como ha dicho Gómez Caffarena, “la condición humana es, comprensiblemente, el gran enigma para los hombres”.
La relevancia de la antropología filosófica es innegable. La manera en la que respondemos a la pregunta sobre el origen, la finalidad y el sentido de la existencia define el modo en que habitamos el mundo compartido.