Escenas difusas al fondo del paisaje
Reseña:
¿Somos nuestro síntoma?, ¿somos nuestro síndrome? La poesía de León Plascencia Ñol resuena como un eco en la habitación amplia y oscura de la identidad: somos también los otros. Y somos lo otro. Por eso, a veces somos capaces de percibir la esencial disfunción de nuestra percepción del mundo. Los paisajes que habitamos se convierten en extensiones de nuestras inquietudes. Acaso lo que buscamos se encuentra fuera de nosotros, en lo visible, en el entorno. ¿Cuántos somos?, ¿cuánto somos? Ser otro parece un alivio ante el peso angustiante (dice Plascencia Ñol) de tanto pensamiento. Escenas difusas al fondo del paisaje ilustra cierta tensión entre lo corporal y lo poético, entre lo que enunciamos y lo que logramos desplazar por el mundo físico. El lenguaje, en este sentido, es montaña (porque la montaña se mueve a una escala que no alcanzamos a percibir en una o varias existencias). La escritura de Plascencia Ñol se transforma en una forma del autorretrato y el autorretrato en un proceso de autofagia. En este juego de percepciones, como si padeciéramos de hipermetamorfosis, parece que somos lanzados fuera del lenguaje, a un entorno que nos confunde de tan real. En todo caso, la ruptura con la ilusión mimética nos lleva a un paisaje donde lo real y lo sensible se entrelazan de manera sospechosa. Es ahí donde el autor propone a un yo especulativo que abarca un ambiente concreto, aunque fracturado. Y esa fractura original se extiende, de regreso, al lenguaje incompleto. La poesía de Plascencia Ñol transmuta en inventario de lo que falta. La señal y lo real se encuentran de reojo. Este libro nos recuerda que el arte es, en última instancia, la navegación entre la pérdida y la búsqueda del sentido. En este viaje, el pensamiento no es sino huella de un extravío. En este paisaje sólo hay ausencias.