Corona al tiempo
Los poemas de María Guadalupe Rojas Garay nos llevan sin concesiones a esos figuras que acaso todavía palpitan. El poema no renuncia a la adyacencia entre la caída y la sensación, entre ese tiempo que pasa y el indecible hueco por el que atraviesa. Qué es el sol frente a ese paso del torrente de las horas que todo lo modifica: ahí al menos la voz traza esa línea apasionada de lo que se va, marca su otro tiempo frente al vértigo. Mientras autores como De Certeau y Jean Allouch anuncian una escritura de la historia como una erótica del duelo, en la poesía de Rojas Garay aparece una erótica de lo que todavía trama su sensación en los ángulos del sueño y la nostalgia: la erótica del vuelo mientras el torrente pasa. Sus poemas bordean los ángulos en su trato con la sombra y la ruina. En la paradoja que supone el gesto huido, el canto empuja los gestos de eternidad que surcan los tiempos de cada figura de cada poema. Parecen perseverar en una sutil duración: un “verde álamo” una inminencia que “florece madre”. El poema parece susurrar: bésame la muerte que tengo vida. En los poemas de nuestra autora, las escapadas del tiempo en su momentum “libídine”alimentan la definición del poema de René Char: amor realizado del deseo que permanece deseo. Momento de caída en su terso vuelo. Ese penúltimo instante en el que la voz logra de nuevo encender el fuego con las hojas que caen.