Biblioteca mínima
¿Un libro de libros? ¿Una broma libresca? ¿El último estertor de las vanguardias o su agridulce sepultura? ¿Un libro de relatos sobre novelas —o argumentos de novela— o una novela sin relato? ¿Reivindicación y justicia de la cuarta de forros? ¿Literatura de la publicidad literaria? ¿Simple basura? Todas y ninguna. El autor de este extraño libro de ficción, deudor de las literaturas de Stanisław Lem y Jorge Luis Borges, parece ceñirse a lo consignado por el médico Arthur Conan Doyle: todo escritor que se precie habrá de elaborar para sí mismo una biblioteca imaginaria a la que recurra cuando le plazca, una biblioteca personal de los libros que habría querido escribir pero, sobre todo, de los libros que habría deseado leer y aún no se escriben o quizá no se escribirán nunca. Más allá, todo escritor habrá de construirse un panteón literario a modo, un mausoleo futuro adonde él mismo y su pírrica obra irán a descansar por los siglos de los siglos.