Historial clínico
“Es una manera de decirlo. Hay algo de artificio en ello. Escribo sobre mi madre. (…) La muerte de mi madre trastornó mi mundo: lo vi volverse una burbuja cubierta de cuchillos, un depredador avergonzado. Y yo me volví un fantasma que aprendía a caminar de nuevo”, escribe León Plascencia Ñol al inicio de Historial clínico. A lo largo de estas páginas, la poesía adopta numerosas estrategias para abordar su electrizante materia de trabajo: el testimonio y el apunte, el listado y el álbum fotográfico, e incluso el diagnóstico, la farmacopea y el acta de defunción. El canto bien temperado es sustituido por la visión febril, y la poesía se vuelve delirio: una vez abierto el surco, metáfora no sólo del verso sino de la herida, toma distancia de él, una distancia crítica y de foco. No de otra forma se puede, ni más ni menos, arar en el vacío.
Historial clínico no sólo representa el libro más personal de Plascencia Ñol; integra, además, un deslumbrante capítulo de nuestra poesía elegiaca. Entre Algo sobre la muerte del mayor Sabines y Oscura palabra de José Carlos Becerra; entre El retorno de Electra de Enriqueta Ochoa, Ese espacio, ese jardín de Coral Bracho y Antígona González de Sara Uribe, Historial clínico se alza con derecho propio, con la victoria pírrica de quien afirma que “el lenguaje no está dicho”.