Ixtlahuacán de los Membrillos cuna de la charrería en Jalisco
La historia de sus haciendas ganaderas Siglos XVI-XIX
Estancias y haciendas ganaderas; sus dueños, los “señores de ganados”; enormes hatos, fijos y trashumantes, y su último destino, el comercio a grandes distancias; gente de a caballo, los vaqueros, caporales y hasta abigeos, son algunos de los temas tratados en este libro, en una pequeña, pero importante región localizada entre los reinos de Nueva Galicia y Nueva España, que los españoles bautizaron como valle de Cedros y que, en la época independiente, resultó el marco sobre el que se ciñó el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos.
En esa llanura ―que como el hierro candente imprime sobre la piel de los animales―, de marcada realidad ganadera, en el que las bestias pastaban por doquier, incluso en las haciendas agrícolas, y donde el actor principal del campo era el hombre de a caballo, que cuidaba, arreaba y sometía a las reses y carneros, es que encontramos, en una de sus antiguas estancias, la ejecución de una de las suertes del jaripeo en el lejano año de 1586: el coleadero.
Con una abundante documentación, el autor se encarga de demostrar que aquel derribo de bravos y fieros toros por un diestro vaquero, no fue, para nada, un evento accidental, fruto de la casualidad, sino que atendió al contexto enteramente ganadero que se vivía. Además de dar con la innominada estancia, catalogada por notables historiadores como una de las cunas de la charrería, se nos presenta una historia que aspira a ser la imagen completa de la ganadería y del ejercicio ecuestre, sobre todo de los siglos XVI y XVII, periodo del gran auge pecuario y en el que las fincas del valle de Cedros participaron de manera destacada en el complejo mercado novohispano.