Hombre de bien, orador perfecto
El orador debe hablar con bien; el bien es la felicidad, y la felicidad descansa en las virtudes: las del alma, las del cuerpo y las que están fuera del cuerpo y del alma.
La antigüedad clásica considera las virtudes como el gran tesoro de la elocuencia, pues los argumentos se generan de aquéllas, sea que pertenezcan a las personas de quienes se habla, o al orador. Los virtuosos, repitiendo a Aristóteles, son dignos de encomio, y el orador, por ser virtuoso, se reviste de una autoridad natural que lo hace menos necesitado de elaborar o adornar las palabras, en su afán de persuadir a los demás.
Cuáles son esas virtudes, podrá descubrirse en este pequeño libro.