Ausencias
La voz de un poema no es el murmullo de la creciente noche en el cuerpo o de la mutilada materia del alma: es un viento delgado que recorre las sendas del universo agitando los pétalos de la rosa, el sosiego secular de la laguna, la crin silenciosa y noble del caballo.
El poema es una asamblea de memorias desterradas que quedaron vivas al pie de una piedra o en el torso aterciopelado de una mujer; que el poeta, sin temor ni vergüenza, recoge con su instinto y su pecho henchido de brasa y noche.
El poema es también ausencia: todo aquello que es silencio al centro de un torbellino, lo que es lágrima y palabra al caer el invierno, pájaro y desierto en el atardecer.
Hay ausencias que dejan la llama de un incendio en la entidad de un hombre destinado al misterio y al encuentro de la respuesta: ¿Qué hay más allá? ¿De dónde vengo? ¿Qué es el arrebato?
La poesía es solo un descubrimiento: un espejo, a veces bello, a veces cruel.