Males raíces
Xavier Velasco tiende al autorretrato, una veta muy fértil cuando el escritor se mira al espejo sin rehuir la confrontación con flaquezas ridículas y verdades amargas. Velasco ha incursionado en ese terreno con una franqueza de kamikaze. No cualquiera puede mostrarse abierto en canal sin caer en la tentación de maquillar sus defectos por conveniencia o pudor. Se equivoca por completo quien crea que la autoficción es un género fácil, pues en ella el autor no tiene que inventar nada. Se trata, por el contrario, de un arduo ejercicio de introspección, quizá más arduo que escribir novela cien por ciento ficticia. Desconfiados por instinto, o por un atavismo ancestral, los mexicanos procuramos escondernos de los demás y casi ningún escritor quiere dejar al descubierto sus flancos débiles. En las antípodas de ese precavido hermetismo, la extensa y detallada autobiografía de Velasco es una gran bofetada a la hipocresía mexicana, como se podrá comprobar en “Males raíces”, el relato que nos ofrece, donde se retrata con el agridulce y despiadado nudismo del pícaro. “Ser sincero es ser potente”, decía Rubén Darío. La narrativa de Velasco parece inspirada en esa máxima, pues ha logrado modular un tono confidencial que transforma al lector en copartícipe de sus historias.