Reseña

La musicología, como disciplina investigativa, no ha sido muy proclive a estudiar el presente y ha preferido posar su mirada en hechos musicales sedimentados por el tiempo, sancionados por la historia o evaluados por la incontrastable depuración que las nuevas generaciones hacen de los sucesos que les antecedieron. Pero en pleno siglo XXI, ante el avance vertiginoso de las nuevas plataformas de información, de nuevos marcos culturales dominados por los mass media, de nuevos valores estéticos identificados con la sociedad del espectáculo —como la denomina despectivamente Mario Vargas Llosa— o del imperio de lo efímero —tal como lo analiza Gilles Lipovetsky—, ¿cuán pasado es el pasado y a cuál pasado referirnos? Todo va tan de prisa, que hace como un cuarto de siglo Francis Fukuyama habló del fin de la historia y hoy situamos a este historiador norteamericano de la era neoliberal como un simple botón del cambio de los tiempos, de esta nueva etapa capitalista que hemos sido incapaces de bautizar con nombre propio y a la cual indistintamente llamamos posmodernidad, sociedad posindustrial, era poscapitalista, del consumo o del ocio. También se le llama sociedad de la información o del conocimiento. Los cambios más notorios surgieron del mundo de la cultura, y la música fue una de las áreas que reflejó esa transformación. El ejemplar trabajo de investigación llevado a cabo por Iracema de Andrade pone de relieve la actividad difusora del FIMN, al evaluar el papel que las tecnologías electrónicas, la multimedia y la interdisciplina han jugado para las nuevas propuestas sonoras del último tercio del siglo XX. Hay un trazo histórico que se remonta a la mirada visionaria de Carlos Chávez sobre el potencial de los recursos eléctricos en la música de la cultura occidental, tanto en las salas de concierto como en el radio y el cine. Y al referirse a Chávez no puede obviarse el desempeño del músico al frente de las instituciones culturales de México y evaluar en qué medida, lo que éste estimaba desde su postura de creador, diseñó las políticas culturales del país. Ese trazo histórico no pasa por alto las audacias de las nuevas generaciones que se adentraron en el camino de la música concreta, la electrónica y la electroacústica, y la dieron a conocer en diversos escenarios. Tampoco deja en el camino a la diseminación de técnicas y estéticas electroacústicas —como se titula uno de los acápites del trabajo—. Las propuestas de los jóvenes compositores de entonces —eran los años setenta— tuvieron que ver con la puesta en escena de obras electrónicas o electroacústicas, puramente musicales o multidisciplinarias, lo que se resumía en una puesta al día con lo más representativo de lo que venía ocurriendo en los centros hegemónicos de cultura en el mundo occidental. .