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ISBN 978-607-99821-7-1

Las apariciones guadalapunas
¿Suceso histórico o leyenda religiosa?

Autor:Lizcano Hernández, Rogelio
Editorial:El Diván Negro
Materia:Relatos colectivos de acontecimientos
Público objetivo:General
Publicado:2023-03-10
Número de edición:1
Número de páginas:325
Tamaño:14x21.5cm.
Precio:$350
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Son las cuatro de la madrugada en la Villa de Guadalupe, ale-daña a la ciudad de México. El gélido viento desciende de los colosos que vigilan el valle del Anáhuac, los volcanes Popoca-tépetl e Iztaccíhuatl, y corre inmisericorde por el caserío congelándolo todo. Con su rostro adusto y su piel quemada por los rigores de la intemperie, del sol, de la lluvia y ahora del frío que le cala hasta los huesos, Pánfilo Martínez , campesino procedente del lejano y árido Altiplano Potosino, carga sobre sus espaldas un enorme cuadro con la imagen de la Morenita del Tepeyac y se esfuerza por avanzar para arribar al tan anhelado atrio y templo de la Basílica de Guadalupe, y ver así coronados sus empeños de cumplir con esa manda, la cual prometió cuando su pequeño hijo fue presa de una pulmonía mal atendida, que estuvo a punto de acabar con su vida. En su desamparo y ante la falta de recursos económicos, lo único que vino a su cabeza fue encomendar su pequeño a la milagrosa imagen quien, según él afirma, lo curó cuando prácticamente se encontraba desahuciado.
A media mañana, entre el enorme gentío que semejaba marabunta, y mientras disfrutaba, sorbo a sorbo, de un aromático café, me encontré a Pánfilo en el atrio de la Basílica de Guadalupe, me acerqué a él y le pregunté qué le motivaba a asistir a este santuario. Entornando sus ojos, como viendo a la lejanía para evocar mejor su experiencia y poner en orden sus pensamientos, Pánfilo expresó:

—Hace ya un año, mi chilpayate se me enfermó y cada vez se ponía pior, manque le dábamos todos los reme-dios que nos decía la abuela. Tosía toa la noche y ya hasta estaba echando retiarta sangre por la boca.

Luego de una breve pausa, necesaria para tragar saliva pues sentía que un nudo se le formaba en la garganta al revivir tan angustiosos momentos, el campesino continúa su breve narración:

--Como no se aliviaba, juimos con los dotores de la clí-nica del pueblo, desos que manda el gobierno y le recetaron algunas medecinas y a los pocos días el mucha-cho se nos alivió.

Concluyendo su relato, respira profundamente, se queda viéndome fijamente a los ojos y afirma con profunda convicción:

—Pero no jueron las medecinas ni los dotores los que aliviaron a mi niño, ¡No siñor! ¡Jué nuestra Madrecita, nuestra Morenita! que oyó nuestras oraciones y ruegos. Por eso estoy aquí y seguiré viniendo mientras el patrón de allá arriba me dé lecencia.

Como Pánfilo, miles de personas han llegado a la Basílica en este 12 de diciembre para adorar a su madrecita, pues durante el año, -así lo creen firmemente-, les ha aliviado sus penurias, les ha consolado en sus angustias y les ha sacado adelante en sus necesidades de todo tipo que es lo único que abunda en sus pobres vidas. Cada año en la Ciudad de México, capital de nuestro país, grandes multitudes se concentran en la Basílica de la virgen de Guadalupe, moderno edificio diseñado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y erigido entre 1974 y 1976, a un lado del antiguo templo que data de finales del siglo XVII consagrado a la misma advocación mariana, el cual ya resultaba insuficiente para albergar a tan ingentes y piadosas masas que ahí se dan cita religiosamente durante las vísperas y el día grande, el consabido 12 de diciembre.
Las autoridades eclesiásticas y los diversos medios de comunicación, los cuales dan amplia cobertura informativa al evento, mencionan que en estas fechas y durante el año, acuden en peregrinación a este santuario aproximadamente 14 millones de personas, -algunos las magnifican hasta 18 ó 20 millones-, y dicen que estas multitudes superan a las que se congregan en otros santuarios marianos como Fátima, Loreto, Lourdes o Czestochowa, por ejemplo, e incluso en los lugares santos del Islam, como en Medina o la Meca, lo cual ya es mu-cho decir, tomando en cuenta la extrema religiosidad de los musulmanes. Las dos principales televisoras de nuestro país cubren todos los detalles de los eventos y ceremonias que con motivo de las pretendidas apariciones de la virgen de Guadalupe se llevan a cabo dentro de este templo. Desde las múltiples peregrinaciones arribando al lugar, los cánticos y letanías elevados por los fieles hasta el altar de la morenita y las canciones entonadas por los artistas, quienes se desviven agradan-do a la virgen o tal vez, -pensando en un plano más humano-, a sus jefes para seguir obteniendo de ellos su contrato de exclusividad con la televisora, hasta la solemne misa en honor de la “Emperatriz de América”, durante la cual el vicario general y episcopal de la basílica eleva loas y preces a la guadalupana, todo es llevado con detalle a la pantalla televisiva que inunda con sus imágenes a la inmensa mayoría de los hogares mexi-canos, compitiendo en audiencia con las más populares tele-novelas del momento y con los torneos deportivos más concurridos del país.
Personas de todos los estratos socioeconómicos se adhieren con fervor a estas celebraciones, aunque es evidente que su mayor arraigo se encuentra entre la gente necesitada y marginada –los descartados del sistema, diría el Papa Francisco-, quienes acuden en masa al santuario para rogarle por el alivio de sus enfermedades, por la solución de sus problemas familiares, para conseguir empleo o por toda suerte de carencias que les plantea la vida cotidiana. A todo lo largo y ancho de nuestro territorio, se encuentran múltiples santuarios, templos, efigies, calles y avenidas, colegios y toda clase de in-muebles dedicados en su honor. El nombre predilecto con el que los mexicanos registran a sus hijas e hijos es sin duda Guadalupe. En los mercados y tiendas de artículos religiosos, la imagen más demandada y la que mayor ingreso genera a los comerciantes, es la de la morenita del Tepeyac. Hay quienes, eufóricos y exultantes, sin asomo de rubor alguno, se atreven a afirmar que la guadalupana es el mayor vínculo que aglutina a los mexicanos, sin tomar en cuenta la actual situación de una población cada día más heterogénea, plural, y sabiendo la existencia de muchas otras características de mexicanidad que nos distinguen de otras nacionalidades, como pueden ser por ejemplo, nuestro idioma castellano, nuestra raza mestiza, nuestra alegre música, nuestra rica gastronomía, nuestro hermoso lábaro patrio, nuestro marcial himno nacional y en fin, muchos otros aspectos que integran nuestra cultura e idiosincrasia.
En el mundo católico, tanto en Europa como en América, existen múltiples y variadas advocaciones marianas, todas ellas con millones de fieles; sin embargo, indiscutiblemente la Guadalupe mexicana es la beneficiaria de mayor popularidad. Pero, ¿Cómo surgió, se desarrolló y creció hasta cobrar las actuales dimensiones este culto a la virgen de Guadalupe en México? Existen dos fuentes principales de las cuales el interesado en este tema puede abrevar: los textos de los autores apa-ricionistas y los de su contraparte, los antiaparicionistas. Desde luego, los primeros son todos ellos religiosos y fieles católicos, sin duda; pero lo realmente sorprendente es que el campo contrario, lejos de estar sembrado de ateos, librepensadores, comunistas, liberales, protestantes y otro tipo de enemigos de la iglesia, también se encuentra conformado por católicos de la más pura cepa.
Encabezan la lista de los aparicionistas los cuatro evangelistas guadalupanos, como los denominó Francisco de la Maza , los sacerdotes, todos ellos criollos, Miguel Sánchez, predicador y teólogo; Luis Lasso de la Vega, vicario de la ermita; Luis Be-cerra Tanco, sacerdote políglota, bachiller en Matemáticas y Arte y el religioso jesuita Francisco de Florencia, profesor de Filosofía y Teología en el Colegio Máximo de México, quienes a partir de 1648 establecieron el relato, con leves variantes, de las apariciones guadalupanas. Contribuyó en forma importan-te en esta labor, el italiano Lorenzo Boturini Benaduci, histo-riador, anticuario y cronista de las culturas indígenas; don Mariano Fernández de Echevarría y Veytia, literato, historiador y filósofo; y Primo Feliciano Velázquez, historiador, literato, nahuatlato, analista político y escritor.
Del lado antiaparicionista destacan, empezando cronológicamente, Francisco de Bustamante, provincial franciscano del siglo XVI, aunque hay que precisar que este religioso jamás habló en contra de las apariciones pues en su tiempo nadie afirmaba que la guadalupana fuese aparecida. Se le menciona, sin embargo, porque fue uno de los primeros impugnadores del culto a la virgen del Tepeyac; Juan Bautista Muñoz, cronista de Indias; fray Servando Teresa de Mier, fraile dominico, sacerdote liberal y escritor de numerosos tratados sobre filoso-fía política en el contexto de la Independencia de México; Joaquín García Icazbalceta, historiador, escritor, filólogo, bibliógrafo y editor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua; Eduardo Sánchez Camacho, antiguo obispo de Tamaulipas; Vicente de Paula Andrade, canónigo de la Colegiata de Guadalupe; Francisco de la Maza, historiador potosino, investigador y académico, especialista en historia del arte novohispano; Edmundo O’Gorman, reconocido historiador, filósofo, escritor y abogado, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia Mexicana de Historia; Stafford Poole, sacerdote e historiador estadounidense; Guillermo Schulemburg, ex-abad de la Basílica de Guadalupe; Manuel Olimón Nolasco, sacerdote y profesor de la Universidad Pontificia de México; Leoncio Garza-Valdez, microbiólogo estudioso de la Sábana Santa de Turín, entre muchos otros más.
Todos los impugnadores de la supuesta historicidad de las apariciones, a pesar de ser fieles católicos, se inclinaron más por la verdad, por su congruencia personal y por su autenticidad que por la cerrazón dogmática. No lo hicieron para ata-car a la iglesia católica como sus detractores falsamente afirman, sino con el ánimo de preservar a su iglesia del error. Para evitar el escándalo y la vergüenza que en el futuro pudiese significar el conocimiento de la verdad histórica. En ese sentido, lejos de ser unos traidores, son unos verdaderos héroes de su propia fe y del conocimiento secular.
En las siguientes páginas el lector encontrará material ya publicado en anteriores obras de diversos autores, aunque analizados bajo mi propia óptica; pero también información más fresca resultado de nuevos eventos ocurridos e investigaciones que acerca de este tan apasionante tema se han escrito. El presente texto no tiene la intención de minar la fe del pueblo católico en la guadalupana ya que para ello sería necesaria una campaña de ilustración de proporciones mayúsculas para lograr hacer caer la venda de los ojos del pueblo sencillo, ignorante y fanatizado. El propósito del libro es que las personas que experimentan el prurito del conocimiento histórico acerca de esta leyenda tan bien elaborada por los clérigos, destinada para enajenar a sus seguidores, cuenten con una perspectiva más amplia del pretendido Milagro de las Rosas y tengan una conciencia y un conocimiento más firme de él.
Por fortuna ya no estamos en tiempos del amordazamiento, durante el cual, la iglesia sometía a la población católica mediante la censura de libros y obras de todo género, -científicas, filosóficas, literarias, históricas, etc.-, que ella consideraba contrarias a sus doctrinas y que, como madre amorosa, pero también castrante, prohibía leer a sus feligreses. Muy por el contrario, estamos viviendo una época de grandes avances tecnológicos y muy señaladamente en el campo de la informática y de los grandes medios de comunicación, los cuales permiten acceder a toda clase de conocimientos, ideas, filosofías, formas de vida y de convivencia que están transformando profunda-mente a nuestro mundo.
Es tiempo ya de desembarazarnos de todo lastre que nos impide progresar como personas y como sociedad. Superar ideas caducas que funcionaron en otras épocas, pero ya no son aplicables a la gente pensante del siglo XXI. Dejar atrás leyendas y mitos que pueden servir para entender el alma de un pueblo; pero al mismo tiempo frenan su progreso. No podemos vivir en el engaño pues bien lo expresó Jesucristo, ese hombre extraordinario al cual sus seguidores divinizaron y tergiversaron su mensaje en aras del poder y la gloria terrena-les, cuando dijo: La Verdad os hará libres.

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