Baile y cochino
Cuando apareció la primera edición de esta novela, publicada por entregas en La época ilustrada en 1885, fueron muchos entre ellos Guillermo Prieto y Payno y Delgado los que la celebraron como una obra maestra de la novela de costumbres. Y es cierto: en ella laten todos y cada uno de los temas que suelen oírse, hacerse oír y hasta gritar en esos libros destinados a dejar marca y marcar una época. Análisis social, crítica feroz de ciertos usos y costumbres, retrato de la estruendosa y alcohólica y endeudada fiesta a lo mexicano, mirada sin parpadear en el espejo, todo eso y mucho más es Baile y cochino. Se trata de rasgos contenidos en una maniobra tan socorrida como eficaz: el cinismo de unos personajes como transparente
metáfora del cinismo de un país. Todo esto narrado, claro, con una prosa quirúrgica, de autopsia en vida, generosamente enojada, que se mueve en esa fina línea que separa a la carcajada del alarido. Cuéllar firmó también muchísimos artículos periodísticos donde explicaba cómo crear una literatura nacional. Baile y cochino es la puesta en práctica de todo eso.
El pintor, fotógrafo, dramaturgo, periodista y narrador José Tomás de Cuéllar (1830-1894) estudió Humanidades y Filosofía en el Colegio de San Gregorio y luego en el de San Ildefonso, Inscrito después en el Colegio Militar, en 1847, como cadete, participó en la defensa del Castillo de
Chapultepec en contra de los invasores estadounidenses. Más tarde estudió pintura en la Academia de San Carlos, donde también aprendió fotografía. Su obra literaria, compuesta por varias novelas, obras de teatro y cientos de páginas periodísticas, es uno de los proyectos artísticos más ambiciosos del siglo XIX. Y demuestra que la literatura puede ser, literalmente, indispensable. A través de él, a través de otros literatos de su misma talla, la literatura mexicana continúa viva... y coleando.