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ISBN 978-607-98579-3-6

El cerebro consciente
Psicofisiologia de la conciencia 2

Autor:Grinberg Zylberbaum, Jacobo
Editorial:Grinberg Arditti Estusha
Materia:Investigación
Público objetivo:General
Publicado:2022-08-03
Número de edición:1
Número de páginas:168
Tamaño:13.5x21cm.
Precio:$300
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

El DESCUBRIMIENTO reciente acerca de la relación entre la actividad cerebral y la fuerza gravitacional (Grinberg-Zylberbaum y Tabachnik, 1979), y la demostración experimental de la existencia de una comunicación directa entre seres humanos correlativa con un incremento de la coherencia cerebral (Grinberg-Zylberbaum, Szydlo y Cueli, 1979), forman parte del cuerpo de evidencias experimentales que tres años después de haber concluido el manuscrito de El Cerebro Consciente, apoyan lo que comienzo siendo puramente hipotético, esto es, la existencia del campo neuronal y la conceptualización del mismo como campo unificado.
El deseo de comprender la creación de la experiencia ha guiado esta y las obras que la anteceden. Aquí, como en Fundamentos de la Experiencia (Psicología de la conciencia I), postulo que la experiencia es la interacción del campo neuronal con la estructura energética del espacio. A esta última la bautizo con el término sintergia y postulo una similitud entre la organización sintérgica del espacio y la organización cerebral. El campo neuronal afecta y altera la organización sintérgica, y en cierto nivel de funcionamiento es uno con ella, de tal forma que el producto de la actividad cerebral se confunde con el resto de la creación. He aquí lo que propongo, reconociendo que la idea es novedosa desde un punto de vista psicofisiológico, pero tan antigua como la historia del hombre desde un puto de vista religioso y filosófico.
El concepto de campo neuronal y de su expansión e interacción con el espacio es la contraparte paradigmática-científica de la conciencia de unidad. Quien se siente unido al todo en sus múltiples manifestaciones, sabe que su cuerpo las contiene en tal forma que en su percepción del mundo no existe lo interno y lo externo como dos reinos independientes pero interconectados, ni tampoco el observador y lo observado como dos realidades separadas y dicotomizadas; más bien, una es la realidad y esta no admite separaciones.
El cuerpo orgánico es un modelo del “cuerpo universal” y, por tanto, en su funcionamiento está la clave para comprender el resto. Una célula está inmersa dentro de una matriz energética que la nutre y de la que forma parte indisoluble. Nada es azar para una célula vista desde la perspectiva de la integridad corporal y de su cúspide… la conciencia. De la misma forma acontece con esta última, la que vislumbrada desde la perspectiva del cuerpo universal se constituye en célula indisolublemente ligada a otras conciencias, formando un todo colosalmente organizado; sin embargo, desde la perspectiva de la célula individual o de la conciencia corporeizada, el mundo se presenta como externo, caótico y desligado, en su fundamento, de una unidad orgánica rara vez expedida mas allá de la frontera membranosa de la cobertura de la pared celular o de la piel humana. No es ausencia de verdadera unidad sino solamente error de perspectiva que se corrige cabalmente cuando aparecen las primeras señales indicativas de una ausencia de azar; por ello es tan importante comprender a la matriz del todo como órgano del propio cuerpo y sentir a la conciencia y a la experiencia como manifestación de la totalidad en un presente infinito y atemporal.
La conciencia, como la percepción, se fundamenta y sostiene en la existencia de patrones; sin embargo, no por el conocimiento mismo de los patones ni por el acceso a todas las leyes de interacción (aunque poderosamente significativo e interesante) se cursa la vida, sino más bien para apoyarse en este conocimiento con el fin de trascenderlo y lograr así la pérdida de la ilusión de separación.
Más allá de la unidad está el Ser, que no puede explicarse con base en el todo ni siquiera cuando se abandona el intento de considerarlo como emergente y se cae en el conocimiento de un mundo fuera de este mundo… en un Tao inefable. Porque la verdadera pregunta es la existencia de cualquier existencia, considerando a la experiencia (a cualquier experiencia) como sinónimo de existencia.
A la pregunta de por qué sentimos no puede responderse con reduccionismo ni con expansiones corporales. Ciertamente, en cualquier experiencia está el todo, pero desde el milagroso estado de asombro por la ocurrencia de sentir se conoce que no existe explicación plausible y satisfactoria para la experiencia. A tal estado bien podría denominarse pureza, o si se prefiere encantamiento. Cualquier nombre resulta insuficiente para transmitir el milagro del experimentar desde un balcón vacío (para aprovechar aquí la afortunada frase de Yomu Garcia Ascott); pero mas allá, el planteamiento de la interrogante guarda un misterio aún más profundo, porque solamente lo que logra trascender el sentir es el único capaz de vislumbrar su existencia. Así, la pregunta acerca del origen del experimentar siempre se traslada hacia la interrogante acerca de la identidad de quien plantea la existencia de la manifestación, es decir, hacia el… observador. ¿Quien es el observador?
Cuando se incrementa la coherencia cerebral se obtiene una alteración de la fuerza gravitacional (de acuerdo con nuestros últimos resultados experimentales). La continuación directa también se logra cuando ocurre un incremento en la coherencia; puesto que estos incrementos equivalen o por lo menos acercan la actividad cerebral hacia la organización misma del espacio, es concebible suponer que el fundamento existe un único observador. Si esto es correcto, la sensación de individualidad es tan falsa como la de separación, y así el Ser, la Conciencia, la Experiencia y el Tao son la misma realidad.
Reconozco la dificultad que tiene conciliar esta visión del mundo de la realidad con las sensaciones de individualidad y separación, sobre todo cuando la visión perceptual del mundo contiene, como elementos siempre presentes, la existencia de objetos externos a nuestros cuerpos y seres trasladándose en un espacio que parece no pertenecernos como parte de nuestra envolvente corpórea.
Ningún análisis teórico es capaz de alterar nuestra fenomenología perceptual, aun cuando a través del mismo (análisis) podemos concluir que nuestros preceptos son un nivel de “resultante final” de un proceso que en sí mismo es diferente del de su resultante. En otras palabras, transformamos una matriz energética indiferenciada en actividad neuronal y después volvemos a transformar a esta en experiencia, de tal forma que esta última no constituye (en su aspecto relativo) la esencia de la realidad, sino más bien una de sus posibles transformaciones. De esta forma, la visión de objetos externos es en realidad la percepción de patrones neuronales que en sí mismos no difieren (dimensionalmente) del mismo espacio que experimentamos como ajeno a la propia identidad. Así pues, la realidad que consideramos como esencial es ilusoria fuera del nivel de resultante final necesario para crearla; lo mismo podría decirse de cualquier contenido de experiencia, excepto del experimentar mismo. Esto último merece una aclaración, puesto que es el fundamento de toda esta obra. Independientemente del carácter ilusorio de las manifestaciones relativas existe algo que no puede considerarse como accesorio y es el fenómeno mismo de la experiencia, sea cual fuere su contenido, modalidad o carácter.
Aún la visión de mi mismo como observador separado de una realidad que se proyecta en mí, es en sí misma otra experiencia, por lo que la experiencia de sentirme como separado y la de la proyección misma se unifican en el hecho de que ambas son experiencia. Por lo tanto, me parece que resolver el misterio de la creación de la experiencia es dar el primer paso en el camino del verdadero conocimiento. Esta ha sido mi motivación al escribir este libro.
Antes de terminar este prólogo, me gustaría aclarar dos puntos. El primero de ellos se refiere a la consideración de unificación como resultante de la activación de la lógica inclusiva o de convergencia. En realidad, la puesta en marcha de circuitos convergentes no es ni la única ni la principal operación que lleva a la unificación; más poderosa que ella es la unificación resultante de cambios dimensionales. Un buen ejemplo en ese sentido es el campo neuronal; en su dimensión se unifica la dispersa activación neuronal al incorporarse (toda ella) a una nueva dimensión que la contiene. Algo similar acontece en la formación de compuestos químicos resultantes de la combinación de elementos que son contenidos y unificados en la nueva dimensión química (el agua unifica los dispersos átomos de hidrógeno y oxígeno en una nueva unidad dimensionalmente diferente de los elementos que la forman).
La segunda aclaración es para justificar la inclusión del trabajo experimental presentado en el primer apéndice de esta obra. En realidad la presentación se debe, en parte, a la importancia de los resultados y a la elegancia de la metodología utilizada, pero sobre todo a que el trabajo inmunológico es un buen ejemplo de interacción entre dos “campos”: el antigénico y el de anticuerpos. Por ello podría utilizarse como modelo simplificado de la interacción del campo neuronal en el campo sintérgico.
Reconozco que el libro contiene muchas fallas y simplificaciones que espero sean perdonadas por el lector. Confieso que la introducción de la razón y el pensamiento en un campo tan nuevo y desconocido es toda una aventura, por lo que las conclusiones a las que he podido llegar todavía dejan mucho que desear. Sin embargo, ha sido fascinante escribirlo y por lo menos espero que el lector se divierta tanto como yo lo hice al redactarlo.

Jacobo Grinberg-Zylberbaum

Nepopualco, 26 de mayo de 1979











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