El amor a la vida
«Existe la sacralidad de la vida humana y la obligación de nunca ir en contra de nuestra conciencia. Y aunque hayan existido o puedan existir leyes que se oponen a esta inviolabilidad de su dignidad y de sus derechos —de la vida humana y de la conciencia—, tales leyes deben considerarse injustas y no deben ser obedecidas, sino que existe el deber moral de oponerse a ellas. La mayoría no tiene en estos temas la última palabra, como tampoco la tiene el parlamento o la corte, sino que deben respetar lo que es humano. De esto depende el futuro. Nadie puede aceptar que alguno pueda disponer de los demás a discreción. En el origen de un ser humano se encuentra un pequeño ser humano: un embrión es una persona jovencísima, y un adulto, por su parte, es también un montón de células, solo que un montón más grande»