Del hacendado al empresario San Juan del Río, Qro.
La realidad humana, desde una perspectiva antropológica, está integrada por: un grupo humano -sociedad- y un modo de pensar y actuar -cultura-, elementos no separables que han de ser ubicados a través de las coordenadas de tiempo y espacio en que se configuran. Ninguna realidad humana es estática, sus componentes están sujetos a un proceso constante de transformación, que responde tanto a las condiciones del tiempo y el espacio en que se desenvuelven como a las circunstancias propias de cada grupo humano; entre ellas la manera específica de percibir el entorno y la forma de conceptualizar la propia existencia o la relación con los demás. Es a partir de adecuaciones sucesivas exigidas por el entorno ambiental -geografía- y por los eventos ocurridos en el tiempo -historia-, como la sociedad conforma un modo de vida coherente y de relativa estabilidad, al tiempo que crea durante el proceso los productos esenciales para la convivencia interna del grupo como: conceptualizaciones, tradiciones, códigos morales, creencias, instituciones y aún artefactos materiales.
La limitación de los propios instintos y las condiciones de total dependencia con que nace, obligan al hombre a una interrelación estrecha durante un largo período con el grupo y ambiente en que se desarrolla y del que recibe, acepta, expresa y en ocasiones modifica un esquema definido de comportamiento; marco de referencia que modela su respuesta -ideas, actitud, acciones- ante los planteamientos de su sociedad. Participa personalmente en la recreación del sistema, en la medida que sus aportaciones -propuestas, adaptaciones e interpretaciones- son incorporadas al acervo general del grupo. La transformación de un sistema sociocultural es continua aunque puede obedecer a estímulos diferenciados: a) en tiempos de estabilidad se genera al interior del propio complejo por reacomodo o rechazo de elementos determinados o, b) puede producirse desde modificaciones originadas en el exterior que normalmente se caracterizan por su mayor celeridad.
El sistema constituye un referente que orienta y delimita las opciones de respuesta personales, dejando sin embargo cierto margen de libertad que puede traducirse en modos diferenciados de conducta, acordes con la forma de relación que guarde con el medio físico o el grado de participación que tenga en aspectos social, económico, político o religioso, entre otros, del grupo en que se desenvuelve. De hecho, la estructura grupal y las formas individuales de interacción, los esquemas de comportamiento en la vida cotidiana y el acervo de conocimientos disponible, constituyen los elementos condicionantes de la forma específica de respuesta en cada segmento de la población. La evolución del grupo humano y su forma de vida es definida entonces, por esta dialéctica que marca la creación y recreación permanente del sistema.
Al mismo tiempo que acepta el marco en que estructura su existencia, cada individuo adquiere un sentido de pertenencia -identidad- a su sociedad y entorno. Los diferentes formatos existentes se manifiestan en la actitud individual expresada en la vida familiar, la actividad laboral, la interrelación social y los momentos de diversión y descanso que, en conjunto, constituyen una “rutina” sujeta a los patrones establecidos por el propio grupo, incluyendo ordenamientos y acciones cuya motivación puede escapar a la reflexión personal y sin embargo impulsar su cumplimiento en el individuo; se encuentran así mismo en la manera como la totalidad del grupo cumple los protocolos establecidos para circunstancias específicas de la existencia, a través de ceremonias fundamentales para el grupo que manifiestan sus elementos ideológicos -conceptos y creencias- y axiológicos -normas y valores- en diversos rituales familiares, civiles, políticos o religiosos.