Bebidas rituales de los pueblos originarios del Estado de México
Una de las grandes riquezas del Estado de México la constituye, sin duda, la diversidad cultural e histórica que nos ofrece los cinco pueblos originarios: mazahua, otomí, tlahuica, matlatzinca y nahua, a través de sus expresiones gastronómicas, en particular, las bebidas “espirituosas quitar” como muestra representativa de su identidad, sus tradiciones y valor ceremonial.
En este sentido, Bebidas rituales de los Pueblos Originarios del Estado de México, se expresa como testimonio a favor del reconocimiento y difusión, pero también de la protección del legado tradicional de las “bebidas rituales” desde una aproximación a su simbolismo en celebraciones comunitarias religiosas y familiares; a sus prácticas rituales, sus conocimientos prácticos, antiguos y modernos; a su técnicas culinarias y costumbres.
Las bebidas representan una serie de diversas funciones, además de la hidratación (necesaria) como seres humanos, su particular simbolismo en cada cultura; contribuyendo, así mismo a “lubricar” las relaciones sociales, tejer su identidad y sostenimiento comunitario a través de su presencia tanto en la cotidianidad como en sus ceremonias y rituales.
La ritualidad se muestra como “una gran resistencia al cambio”, para asegurar la continuidad de prácticas ancestrales, que al final ceden poco a poco en respuesta al contexto actual, -como señala Finol-. Esta práctica de resistencia está presente en la cultura de las bebidas rituales tradicionales.
En el proceso de obtención, procesamiento y consumo de bebidas interviene una dimensión material y otra simbólica; la primera referida a lo objetivo los ingredientes, utensilios y técnicas, entre otros; la segunda a valores de ciertas prácticas rituales que le confieren significados sagrados y espirituales como se mostrará en cada bebida expuesta.
El primer capítulo abre con una visión sobre las prácticas interculturales y la ritualidad presente en las bebidas de tradición mesoamericana y que, al día de hoy, se siguen consumiendo. Destaca el enfoque de “la interculturalidad más allá de lo humano”, evidenciando la importancia de la reciprocidad para mantener el equilibrio entre los diferentes componentes del cosmos, lo cual se ve reflejado en diversos rituales desarrollados en el marco de los sistemas alimentarios.
En el segundo capítulo nos ofrece una panorámica general sobre los cinco pueblos originarios con la intención de adentrarnos en su contexto cultural.
En la siguiente sección entramos de lleno a la esencia de este libro que es la visión de las diferentes bebidas rituales de los pueblos mexiquenses, exponiendo una bebida por cada pueblo originario: El Atole agrio de los mazahuas, El Charape de los otomíes, El Pulque de los tlahuicas, El Charapi de los matlatzincas y El Mezcal de los nahuas.
El capítulo tres abre la sección de las bebidas rituales con el Atole agrio, una bebida fermentada de maíz, tan sencilla y compleja a la vez, conteniendo significados culturales con un contenido de significados culturales que aún hoy se pueden identificar, en la comunidad de Santa Ana Ixtlahuaca, municipio de Ixtlahuaca, reconocida, además, como un pueblo mazahua una comunidad mazahua. El consumo de esta bebida está estrechamente relaciona con fechas del calendario agrícola y católico, así como con elementos de la naturaleza, lo divino y lo humano.
El cuarto capítulo, desarrolla una interpretación cultural de la bebida conocida como el “charape”, preparada a través de la técnica de la fermentación y consumida en la comunidad otomí de la Magdalena, municipio de Acambay. Lo interesante es que esta bebida tiene una interacción directa con la tradición de los Xitas de Corpus y su cosmovisión.
El quinto capítulo, trata sobre una bebida igualmente fermentada y con una gran tradición, que es El Pulque tlahuica de San Juan Atzingo, uno de los pueblos que sigue luchando por mantener su identidad y cultura, a pesar de la gran influencia de la digitalización y la globalización que recibe por su cercanía a la Ciudad de México. Su singular ubicación también forma parte de un circuito ritual de peregrinación, lo que promueve la generación de nuevos significados que van de lo ritual a lo comercial como una estrategia para la sobrevivencia de los productores de pulque, las tlachiqueras y tlachiqueros.
El sexto capítulo, aborda El Charapi matlatzinca, bebida también fermentada que actúa como símbolo de identidad comunitaria en San Francisco Oxtotilpan, municipio de Temascaltepec -reconocida como la única comunidad matlatzinca-, donde se precisa que “hay una sola persona en la comunidad que prepara esta bebida” y que, para fortuna de esta publicación, compartió sus saberes reconociendo el gran valor que representa para la salud física y la vida comunitaria su preparación y consumo.
El séptimo capítulo, nos lleva al territorio nahua de Malinalco, donde se defiende el sustrato mesoamericano de la bebida conocida como “mezcal”. En este apartado se corrobora que los maestros mezcaleros reproducen una gran tradición en el manejo del destilado de los diferentes tipos de agave y que se ha ido perfeccionando a través del tiempo. Esto de la mano con la carga simbólica que representa el proceso de obtención, preparación y consumo del mezcal reflejada en diversos rituales.
En suma, este ameno camino por los cinco pueblos originaros mexiquenses, su gente, sus cocinas, sus charlas y sus bebidas rituales se presenta acompañado por recorridos fotográficos que nos permite acercarnos a la ritualidad expresada en imágenes a través de acciones, palabras, gestos y objetos simbólicos en torno a la descripción de cada bebida, sus insumos, procedimientos y consumo; a la vida religiosa y festiva donde se hace presentes y a su atmósfera sagrada y cotidiana.
Bebidas rituales de los Pueblos Originarios del Estado de México nos invita a adentrarnos en el mundo de vida de nuestros pueblos originarios, su cotidianidad y su espiritualidad, sus saberes antiguos y modernos y, sus prácticas culinarias desde la intimidad de sus cocinas.