Honduras bajo nieve
¿Qué sucede cuando un país deja de narrarse a sí mismo? Cuando las palabras no bastan y solo los silencios —las no-palabras— logran retratar la profundidad de la violencia. En «Honduras bajo nieve», José Manuel Torres Funes nos entrega una novela que es al mismo tiempo denuncia, exorcismo y búsqueda estética: una tentativa de escribir la gran novela hondureña, allí donde reina el apagón narrativo de una guerra no declarada.
Ambientada entre las ruinas invisibles de Tegucigalpa y los fantasmas del pasado reciente, la novela articula tres tiempos históricos —el presente corroído por la mediocridad institucional (2002–2009), el pasado geoestratégico de la guerra fría centroamericana, y los años del viraje neoliberal en los 90— para construir un fresco hiperrealista donde el crimen, la corrupción y el olvido son estructuras permanentes.
Con un pie en la crónica política y otro en la metaliteratura, la historia gira en torno a Roberto Ulloa, un joven periodista hondureño que intenta desentrañar la naturaleza de un sistema que sobrevive y se reproduce a través de la mediocridad —la forma más eficaz de la corrupción. Lo acompaña, como sombra y contrapunto, Esteban Suárez: escritor torturado, a ratos genial, a ratos patético, que insiste en escribir la novela definitiva de un país condenado al balbuceo narrativo.
Como un espejo roto, «Honduras bajo nieve» también se bifurca y se proyecta hacia Belfast, Irlanda del Norte, donde Declan, ex miembro del IRA, habita los escombros de una paz inconclusa. El salto no es gratuito: el transfoco entre ambas geografías revela que la guerra —sea de baja intensidad o de alta ideología— produce siempre el mismo saldo: cuerpos rotos, memorias negadas y narrativas fallidas.
Este es un libro que duele. Pero es también una obra necesaria, valiente, escrita con la convicción de que, incluso cuando la historia se niega a ser contada, la literatura puede forzarla a aparecer, como una imagen revelada a contraluz sobre la blancura cegadora de la nieve.