Desde que comencé a soñar con ella
¿En dónde está la línea de desear que suceda lo que quisiéramos que sucediera, porque la realidad aplastante de la vida dice que no así? ¿Cómo se vive obsesionado con alguien que no existe y habita solo en los sueños? O, ¿habitamos la conciencia de los demás, de los otros, de quienes no son?
De pronto lo anterior parecería alucinante, pero este texto nos diría lo contrario, al llevarnos de la mano cómo el personaje, entre el hastío y el hartazgo de la vertiginosa vida cotidiana, la que no se detiene y carcome el ánimo, la ilusión y el sentido de la vida propia, que cuestiona quiénes somos, nos sumerge en cómo el pensamiento mismo construye un anhelo, el de encontrarse con una mujer que ha creado en su imaginación y que es la que le ha permitido continuar cada día de su rutina, de encontrarse con ella alguna ocasión sin saber si existe o no, a la que sueña y con la que vive lo que en su realidad quizá pasaría o nunca sería posible, nos lleva en su desenlace a la reflexión de si estamos ahí para soportar la existencia que nos ha correspondido a cada quien o, en su caso, enfrentarla para que, siendo víctima, no haya más esa víctima que se deshabita y en la que deconstruimos el hilo de si somos ciertos, fantasmas o reales ante nosotros y quienes nos rodean.