La dulzura
Suena el badajo de la campana al estrellarse contra las paredes de cobre. ¡ding ding!, y un río sulfuroso inicia su marcha sobre mis venas, irradiando su potencia en mis venas, inflamando mis venas de crueldad. No aguardo los típicos minutos del primer round para estudiarlo. No importa. El verde de su mirada se retuerce en la mía; culebrea queriendo escapar del terror que la envuelve: leo su duda.