Reseña

“Comienzas a escribir un poema/ cuyo tema es un lago profundo/ en esto te alcanza la noche/ ahora no sabrás cómo volver”, escribía Anwandter en un texto que se volvía particularmente legible al cotejarlo con “Intensidad y altura” de César Vallejo, o con algunos poemas de Roberto Juarroz o de Gonzalo Millán, o al sintonizarlo con la literatura fantástica, a lo “Continuidad de los parques”.
Anwandter intenta formular una versión del pasado, pero sin renunciar a los restos diurnos; prevalece, en su mirada, una profunda desconfianza en el relato, en las formas tradicionales de contar una historia. “Antes que recuerdos, impresiones más bien gruesas del tiempo que hace en los recuerdos”, dice el autor acerca de la clase de imágenes que busca. Y enseguida agrega estos matices tan valiosos para describir y valorar su trabajo: “Creo que este tipo de imágenes son, a la larga, lo que queda en la memoria: una suerte de estación perenne, más o menos liberada de la biografía, a veces inventada, y que funciona siempre como un contratiempo en la vida práctica”. A partir de Amarillo crepúsculo (2012) hay en la obra de Anwandter cambios significativos. Ya más bien lejos de la casa perfecta del poema redondo, el autor se adentra en el lío de historiar el presente sin diluir las manchas ni moderar el volumen. Del ejercicio cotidiano de la escritura surge una especie de falso diario de vida, o quizás un diario tan verdadero que permite incorporar vidas eventuales, anteriores, paralelas, futuras. El sujeto convive con numerosas versiones de sí mismo y la escritura se transforma en el único lugar donde todas esas personas son capaces de conversar.