A donde lleve el tiempo
Natalia es una mujer divorciada, madre de un hijo adolescente, que acaba de perder una elección en la ciudad de Cuernavaca, donde vive, y de sufrir una operación del apéndice. Es el año 1999. Durante una tormenta, en su casa cae un rayo, y según la tradición indígena, quien sobrevive a un rayo se convierte en granjero (“en la cosmogonía indígena, el que es tocado por un rayo y sobrevive, adquiere dones para comunicarse con los antepasados y las deidades a través del tiempo, y tiene contacto con ellos, especialmente durante las luvias y el granizo”). Esto se lo sugiere su amiga Rosa y la lleva con un chamán que se lo confirma, aunque Natalia no se lo cree. Un día recibe una llamada de Andrés Manuel (con el que ya ha colaborado antes), quien la invita a incorporarse a su equipo de Comunicación Social en el Gobierno de la CDMX que él encabezará. Natalia acepta y se muda a la capital, pero tiempo después, por diferencias con “la novia del jefe”, que es su compañera de trabajo, es removida de su puesto y la nombran directora del Fideicomiso del Centro Histórico, cuya misión es restaurar el Centro Histórico, que en aquella época estaba todo descuidado y hecho un caos.