Ciudad y zozobra
Epicentro del mal y de la descomposición humana, la ciudad aparece en la poesía moderna como un binomio inseparable. En ese laberinto urbano, de sobrevivencia y anonimato, el poeta se torna en la mala conciencia de la sociedad —de William Blake a Charles Baudelaire, de Efraín Huerta a Jaime Reyes—, un ser que fraterniza con los desplazados del progreso, que canta los desastres, la pobreza, el desencanto y la locura.
En esas coordenadas, en esa tradición leo Ciudad y zozobra de Víctor Armando Cruz Chávez. Un recuento amargo, una revisión funesta suma el inventario de su sinfonía lírica. Vuelo de invención, osadía para internarse en lo incógnito, cada poema es una esquirla luminosa para este presente de miseria donde: “El mundo es un gran estacionamiento de dudas”. El paisaje apocalíptico que domina el libro tiene, no obstante, su reserva de esperanza, su declaración de amor. La poesía como resistencia. El reloj del final del mundo, la cuenta de la última peste, extiende su alerta para todos: “manzanas en busca de bocas dulces y amargas, / pasos apurados de una humanidad / que escribe sobre las aceras / en lenguaje de ciegos”.
Ernesto Lumbreras