Punta Monterrey
En nuestra familia, desde la infancia comenzamos a vivir la emoción de cada aventura con la naturaleza y nos enamoramos del mar para siempre.
De su inmensidad y su belleza, de su fuerza y su calma, de sus brillos y colores, de su brisa y de sus olas, del reflejo del cielo en la superficie, de la sorpresa y el sentimiento de libertad y de pequeñez que nos provoca la mirada al horizonte ante todo lo creado. Nos enamoramos con pasión de la pesca, del buceo, del surf y la vela, de todo en el mar. De entonces a la fecha, la vida de nuestra familia y ahora la de nuestros hijos y nietos está hermanada con el mar. Lo mismo desde la playa mirando amaneceres y atardeceres, que bañándonos en sus aguas o navegando y encontrando la belleza indescriptible de las mantarrayas, tortugas, peces en todas sus dimensiones, desde una pequeña sardina plateada hasta las ballenas que cada año vemos en su paso hacia Guerrero Negro, en Baja California. Dentro y fuera, el mar nos sigue cautivando y nos llena de vida y de gratitud.
Punta Monterrey nos abrazó y lo abrazamos. Es nuestro refugio, un sitio espectacular que nos abriga, nos da vida, y lo más importante, nos otorga el privilegio de compartir su energía única y sanadora con todo visitante y viajero que llega a vivir lo que tanto amamos.
En este entrañable lugar del océano Pacífico, entre la jungla y el mar, aprendimos que no hay historia que se repita ni ciclos iguales. Mis papás fueron los pilares de la tradición de vivir el campamento, gozar el mar, unir a la familia y a los amigos, conectar con la naturaleza y cuidar de este paraíso que nos fue prestado por su Creador. Iluminados por los atardeceres, nosotros nos hicimos padres y ellos, abuelos. Nuestros hijos crecieron impregnados del amor, la brisa y la magia de este santuario.
Este libro es Punta Monterrey de brazos abiertos. Gracias por acercarte a estas páginas. Te doy la bienvenida a leer su historia.