Reseña

En El otro lado de los cuentos, de Eder Barajas, Los sucesos son ágiles, divertidos, incluso cómicos; y sin embargo, casi amargos. La brevedad aporta una sensación vertiginosa, por eso uno se sumerge en el entramado, por eso nos enganchamos en eventos que nos llevan, en tan solo unas líneas, desde una declaratoria de pasión por la vida, hasta la muerte prematura; por eso el sexo anónimo o seudónimo, la realidad de los pasillos universitarios o el siempre caminar se filtran entre las palabras.
Si debiera describir estos relatos, no sé si debería hablar sobre amor cortés por una dama inalcanzable pero no etérea; sino a menudo decepcionante o tan lamentable como el galán despistado, o tan equis, que perfectamente encaja en las generaciones ye o zeta.
Éder Barajas tiene una prosa fácil, retrata el complejo espíritu humano: jóvenes egoístas, indiferentes, enganchados en amores imposibles, arrepentidos e incluso felices, en un entorno muy real con respecto al Puerto Vallarta actual, que ya casi nada tiene que ver con las construcciones serranas junto al mar. La realidad contemporánea me ahoga, la nostalgia me renueva el sabor ácido de la juventud sin dirección. O el tránsito hacia la madurez: otra forma de no saber quién se es.
El regionalismo prevalece tanto como la geografía: el malecón, el río Cuale, las calles saturadas de hoy en día. El habla es contemporánea, los problemas de la vida diaria son los presentes.
Los habitantes también se han sometido a la flechita del refresh: sigue siendo una ciudad cosmopolita, pero se ha perdido el sabor fresco a sal y en su lugar, hay un dejo de acritud propio de las metrópolis donde el no ser nadie pesa, sin por ello dejarle espacio a la intimidad y al silencio. Estos cuentos son un golpe de verdad filtrados por el salitre.
Un componente autobiográfico encubierto en el gusto por la literatura y el arte, la física y las matemáticas se trasluce en estas páginas que abordan temas varios donde el tono es el hilo que ata a una historia con la siguiente. De modo que el carácter relajado y el intencionado desprecio por las normas le ponen rostro a la escritura tras la tinta (o la pantalla, para el caso es lo mismo).

Kyliel Casillas Magaña