De los escombros
Sin saber, el Planeta Hermoso cayó del universo más pequeño, dentro de una casa desolada. Había escrito poesías, sonetos, canciones, cuentos y hasta un haiku. Los había dedicado a la niña de los ojos del mar. La noche temible sintió celos y con negrura empujó al vacío al planeta. Fue un adiós al amor por el sol; la noche dio la nota roja. En el secreto de un inhóspito acogedor, el Planeta Hermoso se refugió con las ideas, música, agua y chispas, soles y ciclos, pajaritos voladores y una nube gris. Tomó una larga espera libertar al planeta y regresarlo a su órbita. Se enviaron mensajes codificados desde la India, la Chiapas maya y Jovel. Esa noche, la última de marzo, resultaron héroes unos niños galácticos, que declamaron versos celtas. La niña de los ojos del mar fue la líder de una compleja expedición para reconquistar la existencia. En simbiosis y con la protección del dios más grande, rescataron de los escombros al amor y su certeza, al desierto y sus destellos y a la mujer y sus lunas. También rescataron las poesías, sonetos, canciones, cuentos y hasta el haiku. Todo fue devuelto al Planeta Hermoso y éste a su vez entregó las poesías a la niña. Así la historia y sus registros. La eterna pregunta que ahora surge: ¿cuántos? podrían realizar un viaje cautivante a la existencia para desenterrar al dios más grande. Por eso, simbolicemos subir en pareja al Planeta Hermoso y juntos recorrerlo en estampida. Contigo es la vida en verso. Nadie podrá dudar que sea algo de aquí. No más en los escombros la poesía vacante.