Historia mínima del rock en América Latina
El orden de esta narración no es completamente cronológico, ni reviste tampoco la condición de un catálogo. Ni siquiera hay un orden geográfico: de sur a norte o viceversa. Los autores creen necesario mantener ciertas autonomías —el rock mexicano, el rock brasileño, el chileno—, porque constituían experiencias incomparables en torno de los problemas planteados y las preguntas que hacen. En cambio, prefieren unir al rock argentino y al uruguayo, convencidos de que el primero se fundó en Montevideo. Por su parte, el mundo andino exigía una entrada cruzada y combinada —a sabiendas minuciosas de que ni Colombia ni Perú son exclusivamente andinos—, que a su vez se intersectara con los devaneos incaicos de los argentinos de Arco Iris —decisivos en una última etapa de esta historia—. Pero, asimismo, se postula que la relación entre modernización y revolución, definitiva para la invención del rock latinoamericano, no comenzaba sino en Cuba, donde el debate adquirió un peso decisivo para un cúmulo de prescripciones y prohibiciones, la mayoría de ellas bastante paradójicas, pero performativas. Para los fines de esta interpretación, la relación entre rock y política es mucho más interesante en México, Brasil y Chile que en el resto del continente; del mismo modo, los modos en que el mundo intelectual participa animadamente en el debate sobre esa relación, tomando partido con intervenciones periodísticas o incluso militantes, son desproporcionados en los dos primeros casos respecto de todo el resto: para decirlo con alguna simpleza, los significados del rock se debaten en 1968 en la Universidad Nacional Autónoma de México o en la Universidade de Sâo Paulo, pero no en la de Buenos Aires. Por eso, los autores proponen comenzar con el alzamiento zapatista de 1994, continuar con la passeata organizada por Elis Regina en Río de Janeiro en 1967, saltar al triunfo de Allende en el Chile de 1970, acompañar a una banda de montevideanos que va de Punta del Este a Buenos Aires en 1965 y culminar con la declaración como Patrimonio Musical de la Nación peruana de “El cóndor pasa” en 2004. Todos esos hilos van construyendo el tapiz que se describe e interpretar.
Ésta es, entonces, una historia descentrada, que no sólo no comienza en Buenos Aires, y que ni siquiera comienza en el continente, sino en las islas. Después de todo, hay cierto consenso en las historias políticas latinoamericanas en que, para hablar de la cultura en la década de 1960, es necesario comenzar por La Habana en 1959.