La tempestad
Dos son las cualidades que, además de su valor intrínseco, ostenta La tempestad para merecer la atención particular de los aficionados a Shakespeare. La primera es que aparece por delante en la primera edición completa de las obras dramáticas del autor. La segunda se refiere a que se tiene como la última obra que produjo íntegramente el dramaturgo pocos años antes de su muerte.
La tempestad es una de las cuatro ballads dramáticas de Shakespeare —las otras son Pericles, Cimbelino y El cuento de invierno—, llamadas así porque en ellas la dimensión realista cede el paso a la fantástica: naufragios y reencuentros en países remotos; agravios y reconciliaciones, con intervenciones de dioses, magos, genios, sílfides y demonios. La tempestad es la más lograda de las ballads o romances dramáticos, pues en ella el autor observó, mejor que nunca, las unidades de espacio y tiempo que figuraban entre las máximas preocupaciones de los críticos del Renacimiento. Y como afirma Enriqueta González Padilla, autora del prólogo y de esta notable traducción del texto que el lector tiene en sus manos, estamos ante un gran triunfo de la palabra.