Mar negro
Durante un tiempo fui vecino de las pirámides del Templo Mayor. Caminaba todos los días por las calles del Centro Histórico, atento a sus señales. Tengo la convicción de que la Ciudad de México quiere contarme historias, y ese destino es palpable en los cuentos de Mar Negro: el edificio más emblemático del Eje Central convocó a sus distintos avatares en “Torre Latino”; el eterno letrero SE RENTA en un viejo inmueble me hizo imaginar la historia secreta de la urbe en “Como dos gotas de agua que caen en el mar”; un vecino desvalido y su sospechosa actitud me llevaron a inventarle una doble vida en “El ciego”; la Plaza de las Tres Culturas y su pasado sangriento me sugirieron una justa venganza, en clave de zombies, en “La otra noche de Tlatelolco”.
Aparte de mi obsesión por el lugar que alguna vez albergó a la Gran Tenochtitlan, hay mucho más en estas páginas. Criaturas mutantes que prosperan al cobijo de la laguna de Bacalar; unos gemelos conectados con Neil Armstrong y con el lado oscuro de la luna; una mujer empeñada en revivir -a cualquier costo- a su amante muerto; un coleccionista de muñecas embrujadas que recibe un misterioso regalo, y un vampiro que escapa de su tumba en la ciudad búlgara de Sozopol. Esta última referencia al Mar Negro representa para mí el espíritu del libro: un estado del alma donde lo sobrenatural es posible. Una extensión que, sobre todo, se localiza en el interior de la mente; en las supersticiones y los abismos creados por la imaginación.
Para comprenderlo, es necesario nadar en las profundidades de estas aguas. Bernardo Esquinca.