Reseña

Resulta curioso e irónico que en la actualidad, con tantas herramientas tecnológicas para estar comunicados, las personas se encuentren más aisladas y menos en contacto con los demás. Lo que antes eran amenas pláticas de sobremesa o ante una taza de café, son ahora mensajes en los teléfonos celulares, escritos con la menor cantidad de palabras o de letras. TQM por te quiero, XOXO por besos, LOL por estoy muerto de risa y otras como WTF que en un español decente sería ¿qué rayos es eso? La economía de palabras que incluso son suplantadas por los llamados emojis o gifs que son imágenes para comunicar toda una gama de estados de ánimo y que alguien podría afirmar son un síntoma de esta época en que todo es rápido -llámese horno de microondas, sopas y guisados instantáneos, consultas por el Google o Wikipedia, compras por Internet, hallar películas en el YouTube etc., a gran velocidad- trae consigo un peligro que muchos no advierten: la pereza mental. Así como numerosas personas se ejercitan para tener un cuerpo saludable, lo mismo se debe hacer con el cerebro. Tareas que antes se hacían como aprenderse de memoria números telefónicos; realizar mentalmente operaciones aritméticas, leer novelas de cualquier género donde el lector creaba en su imaginación lo que el escritor le iba dictando a través de su prosa; resolver crucigramas mientras a la par se aprendían nuevas palabras; armar las llamadas sopas de letras o participar en encendidas polémicas donde se exponían argumentos sustentados en hechos irrebatibles, son ahora considerados –penosamente anacrónicos- métodos para tener una mente ágil, despierta y creativa.
Al reemplazar la novela por su adaptación cinematográfica, el cerebro se limita a recibir estímulos no a crearlos, lo que va adormeciendo la imaginación. No se aprende localizando una parte de la tarea escolar en algún sitio cibernético –uno elocuente es El Rincón del Vago- para proceder a “copiar y pegar” pensando que el maestro no se va a dar cuenta de ello. La lectura no sólo aumenta nuestro vocabulario sino que afina la ortografía y estimula nuestra capacidad de imaginar y de expresarnos como ocurre en la novela El príncipe y el mendigo, de Mark Twain donde Tom Canty, un muchacho miserable posee una retórica envidiable, fruto de las lecturas que le ha proporcionado su amigo párroco. Cuando intercambia su lugar con el verdadero príncipe del Reino Unido que es su doble, nadie nota el reemplazo por su elevada manera de hablar.
El tener en la mano un artefacto que “piensa” por nosotros; que realiza operaciones aritméticas infalibles o es el mejor diccionario o enciclopedia, nos hace mentalmente holgazanes. Esto no es suspirar por un pasado “donde todo era mejor” sino una alerta para no irnos convirtiendo en una suerte de zombis. No se trata de condenar la tecnología sino de adicionar a ésta las tareas antes mencionadas para un sano ejercicio mental.
Por eso es importante este libro que tienes en tus manos. Para mejorar nuestra capacidad de comunicarse verbal y correcta con los demás; presentar un escrito debidamente sustentado en opiniones de especialistas y redactado de manera impecable; participar con ventaja en debates con argumentos de peso o disfrutar de una obra de teatro o de un escrito de ficción. Que el alumno no vea palabras impresas en un papel sino que en su imaginación esas palabras se transformen en imágenes.
Quizá suene utópico, pero es realizable.