Reseña

Muchos años antes de naufragar en mitad del Océano Pacífico (a bordo de una barca con la vela quebrada, acompañado sólo por su mascota), ser rescatado por un barco pesquero y volverse mundialmente famoso, Solomon Hopkins se enteró de que iba a morir pronto. Tenía un cáncer que había alcanzado ya el estadio cuatro, que es por supuesto el más grave de todos, y apenas podía aspirar a vivir más de un año —sometido, además, a un calvario quirúrgico que desembocaría en la clase de muerte que un hombre como él no podía permitirse. Prefería, para el caso, balancearse en la cuerda floja de la vida a agonizar en manos de la ciencia. Es decir, desafiar a los doctores. Curarse a su manera y en secreto, en el peor de los casos morir de cara al sol. Esta historia tiene que ver con la hazaña de sobrevivir contra todo pronóstico, y también con la audacia de exigir hasta el último instante que la vida sea vida.
Su protagonista, un experto en tecnología cibernética y afiliado a una sociedad secreta de influencias egipciacas, se embarcará en una sinuosa aventura que comienza por salvar el pellejo y termina expulsándolo del mundo propiamente civilizado. El hombre no es marino, ni mucho menos. Tampoco, para el caso, era doctor, pero participó en el proyecto del Genoma Humano y sabe cómo leer informes médicos. Dueño de una profunda disciplina mental, avezado en diversas técnicas respiratorias, amigo de una perra sin abolengo que inevitablemente va tras él, sobreviviente de la gran pandemia que le cerró las puertas de su país y
casi el mundo entero, Sol concibe la extravagante idea de conseguirse un bote que le sirva de hogar, y en un momento dado le permita llegar hasta la Polinesia Francesa. A muy pocos marinos se les ocurriría recorrer el Pacífico en un catamarán que es poco más que dos canoas unidas en paralelo y cierta plataforma a modo de cubierta. Pero él ve las cosas de otro modo y desconfía de las trampas de la modernidad. Además se tutea con la muerte, diríase que incluso le ha perdido el respeto.