Morir a los veinticinco
El periodista Carlos Sánchez nos ofrece un sólido libro de crónicas, estas historias –que quisiéramos fueran ficción– nos trastocan y conmueven. El lector no puede salir impune ante el dolor cotidiano. Estamos parados ante nuestra realidad y nos vemos frente a frente sin pestañear. La pluma de Carlos Sánchez apenas nos permite tomar aire para entender lo que ocurre. Y ni así logramos visualizar el desastre del que somos testigos.
Aquí las voces de quienes habitan las calles, los paupérrimos, los caídos en desgracia. La madre que busca al hijo desaparecido, el hermano que añora y ausculta los días y la memoria para reunirse también con el hermano ausente, el que quizás nunca volverá. Hay migrantes, hay presos, un canto punzante desde las cuerdas vocales de las tormentas que envisten al ostracismo.
También encontramos una rendija de alegría a través del baile, pero que nos devuelve a la crudeza de la soledad. Carlos Sánchez parece ser un conductor que nos lleva a los puntos más recónditos de cualquier ciudad. Un acompañante en el viaje, un Virgilio personal.