Obituario
Los versos, lo sabemos, son llamas del incendio que renacen en ceniza. Son rosas que surgen de un volcán, en lengüetazos de lava. Son tiempo destilado que bebemos de golpe, en tragos dulces y amargos, donde surgen tanto el amor y su arte, como los tristes triángulos adoloridos, del jinete que medita sus espuelas. Erupción y sedimento que, como el Fénix, en sus lectores se consuma. Y a la vez, es lo indecible desgranado por el hado, en un Obituario de profecías mortales. A tumba abierta, la guadaña tiene en este poemario sus contados días y sus nocturnos pleamares.