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Reseña

Los años sesenta estuvieron marcados por un alto grado de experimentación directa en los sitios patrimoniales, con la consecuente destrucción irreversible provocada por intervenciones severas como la del stacco o el strappo; asimismo, fueron destructivas las limpiezas y consolidaciones empleando materiales incompatibles y altamente dañinos para el patrimonio cultural, considerando contextos ambientales fluctuantes y sin control climático. Por ello, el proyecto de Bonampak sirvió como un parteaguas para ayudar a definir, de una vez por todas, las metodologías de aproximación e intervención directa necesarias para la salvaguarda in situ del patrimonio cultural.

Las decisiones empíricas derivadas de la práctica cotidiana, se fueron decantando forzosamente en el desarrollo de criterios de conservación y preservación, y en la lectura atenta de las normativas internacionales, así como en una mayor conciencia sobre la importancia de resolver problemas mediante estudios previos y discusiones colegiadas.

En ese contexto, lo más importante fue entender la necesidad de profesionalización que requería la disciplina de la conservación del patrimonio cultural; por eso, casi a la fuerza, la práctica empírica de la restauración —hasta ese momento autodidacta y conformada en su mayoría por artistas plásticos o técnicos auxiliares que habían encontrado cabida en los ambiciosos proyectos estatales— se vería obligada a establecer sus propios marcos metodológicos de acción y conocimiento mediante la conformación de la primera escuela para la formación de cuadros universitarios. Ésta fue inaugurada en enero de 1966 con el nombre de Centro de Estudio para la Conservación de Bienes Culturales “Paul Coremans”, dependiente del inah y vinculada con el Departamento de Catálogo y Restauración del Patrimonio Artístico dirigido entonces por Manuel del Castillo Negrete.

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