Reseña

Luego de que en el primer libro analizamos el enfoque diferencial, podemos comprender por qué es importante saltar a este segundo libro relacionado con el derecho al libre desarrollo de la personalidad, pues, entre otras razones, se debe a que la personalidad no puede enfocarse en una sola de las “categorías antropológicas”, sino en toda la persona humana sujeta de derechos humanos. Una persona que se descubre en su individualidad y, por su sociabilidad, también se descubre social en sociedad. Una persona que puede reunir alguna o todas esas categorías y, en muchos casos, se enfrenta a la discriminación de sus derechos humanos por ausencia de alguna de ellas.
Hemos analizado la importancia de resolver con “perspectiva en derechos humanos” para comprender no uno, sino todos los derechos. ¡Qué pena nos da una niña, niño o adolescente que no cuenta con la educación debida, valores y virtudes propias de su edad, porque lo coloca en incompetencia! Desarrollo de la personalidad es eso: desarrollo. En el siglo XX, los países de América se enfrentaron al problema del subdesarrollo que continúa hasta el día de hoy, en pleno siglo XXI. La perspectiva de género —a la que se enfrentan niñas, niños y adolescentes de este nuevo siglo— cuestiona el sexo biológico dejándolo a la “formación cultural”, que depende de ese “desarrollo”. Las niñas,
niños y adolescentes afrontan este contexto sin el adecuado desarrollo cultural, que les permita “comprender” su debida definición sexual, la cual, por naturaleza y desde la familia, le ofrece la realidad biológica, por ello, gracias a esa perspectiva subjetiva, un mundo competitivo se le ofrece en indefinición. A esto se suma que lo indefinido se ha llevado a los tribunales, tanto de la Corte Interamericana de Derechos Humanos como a la Suprema Corte de Justicia, a legislar y, por ende, a definir. Se ha liberado el cambio de sexo; el matrimonio sin causales de divorcio, es decir, sin límites; el uso y consumo público y privado de la marihuana y aquello “que dicte el deseo”.