Maximiliano
Maximiliano es uno de los grandes malos de la historia de México. Su historia es la de un príncipe de Habsburgo que aceptó, junto con su esposa, la ambiciosa princesa Carlota, convertirse en los emperadores de un país tropical que no era el suyo, al otro lado del Atlántico. Pero también es la historia de la encrucijada de la Reforma, del conflicto que enfrentó diferentes modos de entender lo que era México y quiénes eran los mexicanos: los unos, profundamente católicos y antiyanquis, preocupados por preservar a toda costa el orden; los otros, republicanos, con la vista puesta en el futuro, decididos a regenerar el país y priorizar las libertades del individuo, la igualdad frente a la ley y los avances del progreso y la prosperidad. La mayoría de las interpretaciones históricas tienden a mostrarlo como la víctima de la política maquiavélica del emperador de los franceses. El «pobre de Maximiliano» es el príncipe accidental que Napoleón III manipuló para convertirlo en su títere o pelele en América. Esta es también la historia de un joven miembro de la dinastía Habsburgo que aceptó ir a México en 1864 con su esposa de 24 años convencido de que sería capaz de dar paz, orden, prosperidad y progreso a los mexicanos, al frente de un gobierno estable, monárquico y liberal, que acabó por ser todo menos eso.