Poeta griego arcaico
Ofrendo a Apolo el adolescente que fui, el que, deslumbrado y temeroso, contempló la belleza de sus imágenes en una enciclopedia de arte griego como quien mira una revista porno o consulta un oráculo que le revela un destino. Sea el que fui a la manera de los kuroi del museo de Delfos: la estatua votiva de un muchacho que inmóvil marcha por el tiempo y cuyos brazos no sostienen nada pues nada posee y es él mismo la ofrenda. A Apolo ofrendo también mi soneto preferido de Rilke.
A su hermana, la divina cazadora Artemis, virgen de hermoso peplo, consagro las heridas que los que he amado me han infligido y las que he infligido a los que me han amado. Es decir, le ofrendo mi soledad: lo que hay en mí de bosque. Y los animales que fui y los animales que seré, aureolados de flechas.
Dulce Eros de temibles dardos, a ti, por quien todo llega a ser, te ofrendo el agujero de mi culo: abismo hacia la alegría que soy cuando no soy. Alumbra de amor mi extraviado camino: oh fuego errante, oh antorcha alada.
Al sagrado ladrón de vacas, al soberano de las puertas, al guardián de los cruces de caminos, al taimado hijo de Zeus y Maya, viajero de callados pasos y aladas palabras que anda continuamente en lo secreto y me señaló la ruta a la caverna de la Gorgona, al raudo Hermes, el divino mensajero, ofrendo, a modo de incienso, el humo de mi cigarro, estela de mis pensamientos, y ruego haga llegar este libro hasta ese destino suyo que eres tú.
Y a Dioniso, león y toro y cabra, luz plena del verano, dios afeminado y fiero, ofrendo la media botella de tequila que a diario me descuartiza pero que me permite danzar a través del horror. En honor a Dioniso propicias me sean las musas y mis versos proliferen como hiedra, pues de ti, amado señor del evohé, me acordaré también en otro canto.