En su mirada
Ellas nos consienten y nos destrozan. Ella, que se muestra en una y mil caras, nos recuerda de su eterna presencia. Ahí está, en la niña, en la mujer, en la anciana; en todas las edades, sus edades. En la vida y en la muerte, en la gloria y en la miseria, en ropas de fiesta y en andrajos, en la felicidad y en la amargura, en la victoria y en la derrota, en la presencia y en la ausencia. Nos pide, nos demanda que miremos, que miremos de frente su rostro, que confrontemos nuestras creencias sobre ella, sobre nosotros mismos, sobre la vida.
Ella confronta, pero también sostiene. Mirarla nos da el valor para andar su terrorífico sendero, aquel de la eterna muerte, de la eterna vida. Mirarla nos recuerda aquello que hemos olvidado, que hemos ocultado, tapado, desdeñado. Nos invita a tocarlo y a recordar quienes somos. Tan cotidiana y trascendente es su presencia.