Nueva danza de los infieles
Arrastrado por el ímpetu del genio musical de Bud Powell, Nueva danza de los infieles, de Jesús Ramón Ibarra, intenta poner bajo asedio el fugitivo rastro de la armonía jazzística
–tejida a un tiempo de cuerda y viento, de percusión y aliento–, una empresa destinada felizmente al fracaso en la medida que su carácter huidizo, su naturaleza irreductible al cálculo, favorece una y otra vez el incesante empeño
de contenerlo a través de la palabra, entregada aquí a cantar
y dar noticia de un fenómeno de singular virtuosismo acústico
donde todo parece estar siempre empezando de nuevo.
En el fondo, este anidamiento en la órbita compositiva y el ciclo
epocal del iluminado pianista de Harlem, vértice de la edad
de oro del bebop, encubre un cerco a la volátil condición
de la escritura, que comparte con los demonios del ritmo
polifónico el influjo de la intuición y el delirio, además de la
rizomática expansividad de un lenguaje que tiende a
desbordarse. Encarnada en la mente y el hado de Bud Powell,
la poesía de la vida se vuelve pues la cima en que convergen el
rapto de un temperamento rendido al duende de la cadencia
y la sublime estatura lírica de una existencia consagrada a
un absoluto, el de perseguir a ciegas la quimera de la pieza
soñada en el laberinto que conlleva la fatalidad de la gracia.
Jorge Ortega