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Reseña

Mientras que en los últimos cincuenta años el norte del estado de Quintana Roo creció, con base en una economía concentrada y desigual, pero sin duda próspera, el resto de la península de Yucatán y, en general, el sureste mexicano vivía en situación de abandono y muy escaso o nulo crecimiento, que apenas se alcanzaba a compensar, por momentos, con la extracción masiva de petróleo en las áreas costeras de Campeche y de Tabasco, fundada en economías de enclave, que muy pocos beneficios dejaban a las comunidades en el entorno y generaban perturbadoras implicaciones ambientales, sociales y económicas. Era evidente la falta de una estrategia integral de desarrollo, por parte del Estado mexicano, que incluyera las regiones más pobres y abandonadas del sur y el sureste del país, de tal modo que la inversión se concentraba en el norte y centro de México, condenando a gran parte del territorio nacional al estancamiento, la desigualdad, la miseria, la falta de oportunidades y la migración forzada.
En esa situación, las ciudades petroleras del golfo de México registraron momentos de auge efímero, basado en grandes inversiones para la extracción del petróleo, pero sin una visión consecuente con el contexto social, económico, ambiental y menos cultural. Los entornos territoriales fueron socavados y fragmentados por un “desarrollo” sin planeación y sin sentido redistributivo alguno, que favoreció la génesis de núcleos urbanos caros, desordenados, hacinados, polarizados y disfuncionales, donde los habitantes originales eran excluí dos y relegados en su propia tierra.


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