Acallar el silencio
La poesía —lo sabemos, aunque a veces se nos olvida— es la forma que ha creado el ser humano para educar su corazón. En efecto: la función principal de la poesía es enseñarnos a identificar nuestras emociones a través del maravilloso fenómeno de la empatía. Mediante la expresión lírica de sus sentimientos, el poeta se comunica con el lector, y éste se identifica con ellos: comprende que aquello que siente y que no ha podido expresar también es sentido y experimentado por otro ser humano.
Y ante esta interacción casi mágica, no puede sino surgir el asombro. La comprensión y el control de las emociones es uno de los pilares de la cultura. La Ilíada, por ejemplo, no es el simple canto épico de una guerra mítica sino, sobre todo, es el relato de la caída del héroe más grande de la primera civilización griega, quien sucumbe al verse invadido por la ira: “Canta, oh, diosa, la cólera del pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes…” ¿Qué podemos esperar entonces, nosotros, los simples mortales, si no aprendemos a identificar y controlar nuestras emociones? La poesía es, pues, una de las artes más elevadas a las que puede aspirar el ser humano y, al mismo tiempo, la más genuina pedagogía del corazón.
Esto lo deja muy claro la poesía contenida en Acallar el silencio de Mario Cerino Madrigal, profesor, ensayista y editor tabasqueño, quien ahora nos presenta su primera colección poética. Contrariamente a lo que pudiera pensarse al ser una primera incursión en el género, Mario Cerino nos ofrece ya una obra pulida, cuidada con esmero, meditada en profundidad, que no anda en busca de su voz sino que la ha encontrado y la domina con maestría, mediante la fusión exacta de la letra y la idea: desde el verso libre hasta las formas clásicas españolas y de otras tradiciones, como el haiku. Agrupados en tres secciones (Razón, Pasión, Vida), los poemas desarrollan una verdadera pedagogía de la existencia, con la que compartimos y aprendemos sobre el ejercicio de la reflexión, los vericuetos del amor y las pertrechos éticos de la trascendencia.
Tenemos poemas como “Lee, habla y actúa”, que nos incita a abrevar el saber que al mundo da sustento, a que la voz corresponda a las palabras, que son bastiones de la memoria, y a rebosar la existencia con el testimonio de lo dicho. O como en el que define lo que es el amor: “expresión aleatoria del cosmos./ Melodioso canto del que no canta/ y ruidoso clamor del silencio”. O como “Antinomia”, en el que nos alerta sobre las paradojas de la existencia: “Por cada tétrica bala, una palabra:/ En vez de rencor, amor./ En vez de aversión, unión./ En vez de discordia, concordia./ En vez de crueldad, piedad./ […] La guerra confronta y la paz conforta./ Si el corazón se jacta de buen tino,/ ¿por qué confundir el camino?”
Precisamente, el título del notable libro de Mario Cerino, Acallar el silencio, encierra la paradoja (e inevitabilidad) de la poesía: el papel de la palabra poética es romper el vacío, nombrando lo innombrable, uniendo lo que de otra forma no podría estar undio, en busca de dar sentido a la existencia.
Ya lo dicho Octavio Paz al referirse al múltiple Fernando Pessoa: “Escribimos para ser lo que somos o para ser aquello que no somos. En uno o en otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si tenemos la suerte de encontramos —señal de creación— descubriremos que somos un desconocido. Siempre el otro, siempre él, inseparable, ajeno, con tu cara y la mía, tú siempre conmigo y siempre solo”.
Al leer la poesía de Mario Cerino nos miramos a nosotros mismos y miramos a los otros a través de la alquimia poética, a veces tan olvidada, pero, hoy, más necesaria que nunca.