En busca del espectador
Tratados sobre la desaparición y la aparición de los cuerpos
Antes que espectáculo, hay espectador. Es de noche, alguien alza la cabeza y así comienza todo. La fascinación por la brillantez de las estrellas sólo se compara con el misterio de su silencio. Pero las luces no están allá en el cielo lejano, están aquí, tocando nuestros cuerpos. De manera que hay una cualidad en la manera de mirarlas que es más que sólo ver, corroborar o buscar. Hay algo poderosamente táctil y hogareño en está bóveda encendida.
Entonces esperamos la siguiente noche de función y luego la siguiente de ésta y otra más. Hasta que con otro vuelco cordial descubrimos el movimiento de las estrellas y, quizá debido a la emoción, las escuchamos. La música de las esferas, ¿qué me deletrea?, ¿qué hay en un nombre que las estrellas puedan saber de antemano? Y así inventamos las historias, los dioses. Somos espectadores que devolvemos gesto por gesto. Gesta por gesto.
Nos contamos historias para encantar de vuelta a las estrellas, para atarnos a su espectáculo. Constelaciones, zodiacos, leyendas de soles. Con las historias, también, inventamos el tiempo humano a imagen y semejanza del movimiento de la bóveda celeste. Tiempo y lenguaje. Y si las estrellas dicen, ¿por qué no las montañas, los cenotes, las ceibas? El lenguaje del mundo (la creación del mundo) es la respuesta del espectador con/movido con el espectáculo de la extensión del universo.