Contra las máscaras
tópicos roqueros
Ahora todo es rock, aunque deformado
En el siglo XX se realizaban hasta congresos dedicados al rock porque, a diferencia de las músicas norteña, ranchera, de cumbias, de boleros o sonera, donde no hay un registro cabal de calidad (sólo se estipula la autoría en la oficina correspondiente de derechos de autor, sin importar si la canción es buena, mediana o mala, como acontece en la inscripción de la obra literaria, o de invenciones, o de chistes), en el rock la estima cualitativa, desde los orígenes de esta música, importaba demasiado a los reseñistas o nuevos críticos que velaban por, o calificaban, su grabación. Este hecho en sí no ocurría con ninguna otra corriente popular (sí sucedía con la música clásica, por ejemplo, otorgándole una importancia que no tenía, o no tiene, la música popular, a excepción, ciertamente, del jazz, que sí gozó del beneficio de revistas especializadas; acaso, por lo mismo, no considerada música popular sino en un rango superior), lo que realzaba la trascendencia del género roquero, al grado de que hacía eclosionar un nuevo tipo de periodismo abocado específicamente a su ejercicio, de modo que nacieron publicaciones radicales de gran envergadura, como la Rolling Stone. Este acontecimiento, por sí solo, elevaba en un principio la trascendencia del rock, cuya influencia fue abarcando, lentamente, a –o metiéndose hasta las venas de– las otras músicas y trastocando sus fibras o sus componentes íntimos. Ahora todo es rock, aunque deformado.