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Reseña

Parecería una exageración asignar tanta importancia a la educación de un artista hoy, después de haber transcurrido 30 años. Sin embargo, Lasch ha desarrollado una práctica inusual que a veces toma la for-ma de pintura académica y escultura pública creada en el espacio privado de su estudio, aunque es me-jor conocido como un artista de práctica social que trabaja con herramientas participativas para activar agencia tanto individual como colectiva. Estas face-tas tan radicalmente distintas podrían remontarse a sus años formativos: las metodologías de Haacke para abordar la crítica institucional le permitieron a un joven Lasch la posibilidad de analizar el modo en que los sistemas y el pensamiento sistémico configuran las relaciones sociales, y aclararon, para él, la necesidad de crear obras de arte cuyo propósito concreto era el de intervenir, criticar o reparar dichos sistemas —un arte político, a veces procesual, con la potencia de ser participativo.1 Por otro lado, Ashton transmitió a Lasch el anclaje conceptual aplicado a los modos tradicionales de producción de arte, pues ella situaba la experiencia estética en la autonomía del objeto de arte en sí mismo, permitiéndole enfocar su escritura crítica a traducir la opacidad del traba-jo creativo realizado en el estudio—frecuentemente centrado en el yo del artista como tema—para re-velar sus vínculos históricos; identificando la visión solitaria del artista como una ruptura con las convenciones sociales normativas y, finalmente, asignando a la obra de arte una inevitabilidad histórica. En otras palabras, contribuyó a la cronología del arte de van-guardia proponiéndolo como históricamente continuo pero disruptivo en el plano individual.

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